Academia de Teología Reformada

20 de diciembre de 2012

¿Qué Pensar de la Confesión de Pecados y la Unción de Enfermos?


Que la Iglesia católicorromana es fundamentalmente una institución en constante evolución, tanto en creencias como en prácticas, es algo que hoy día difícilmente podrá ponerse en duda. El genio católicorromano consiste, por otra parte, en revestir de catolicidad los cambios que se van acumulando con el tiempo, es decir, presentarlos de manera tal que parezcan haber formado parte, desde siempre, del ser mismo de la Iglesia. Tarea seguramente apasionante, y que ha empleado buena parte de las mentes más brillantes que ha dado el género humano, pero que no resulta siempre fácil y que, en ocasiones, aparece verdaderamente complicada.
Uno de los lugares donde más se pone esto de manifiesto, y precisamente de los que más separa a católicos y protestantes, es, sin lugar a dudas, el de los sacramentos, es decir, las ceremonias instituidas por Cristo como señales y medios de gracia para Su Iglesia. Dejando aparte la disputa acerca de la eficacia de los mismos (la cuestión del ex opere operato), es el número de sacramentos lo que constituye un problema insuperable entre ambas confesiones. Tras 1500 años de Iglesia cristiana, el Concilio de Trento fijó en siete los sacramentos cristianos, definiéndolos además de manera precisa. Con ello, Roma cerró definitivamente la puerta a la Reforma protestante, la cual, ateniéndose al testimonio bíblico, reconocía sólo al Bautismo y Santa Cena como sacramentos instituidos por Jesucristo.
De esta manera, en el siglo XVI Roma y la Reforma se perfilaron, frente a frente, en torno a la cuestión de los sacramentos. Por su parte, Trento consagraba el último desarrollo de la teología escolástica habido durante la Baja Edad Media en torno, precisamente, a esta cuestión de los sacramentos.Cabe, por otra parte, decir que la deferencia de Roma por esta teología escolástica se hizo no solamente en la época del inicio en Europa de las universidades que la impartían, sino, lo que es más importante, cuando Roma se veía amenazada por diversos e importantes movimientos de reforma, como valdenses, lolardos y husitas, por ejemplo. Al afirmar, por tanto, el aspecto sacramental de la Iglesia, se salvaguardaba asimismo su carácter institucional. Desde Trento, pues, la Iglesia católicorromana puede ser definida con propiedad como una Iglesia sacramentalista, lo cual no es forzosamente una expresión peyorativa, sino la simple constatación de que entiende el ejercicio de su potestad espiritual (el poder de las llaves, fundamentalmente) por medio de los sacramentos.
La Reforma, por su parte, rompía, más que con la tradición cristiana en sí (como tantas veces se afirma sin razón), sobretodo con la actualización de la misma por parte de la teología escolástica. Todo en la Iglesia, reflexión teológica incluida, debía volver a estar sometido a la autoridad suprema de la Biblia. De ahí se desprenden dos principios fundamentales para la Reforma. Por un lado, el aspecto institucional y sacramental de la Iglesia, si bien siguen siendo mantenidos, han de ser reducidos hasta lo esencial de los mismos. Por otro lado, en la convicción protestante, el poder espiritual de la Iglesia se ejerce por medio de la predicación de la Palabra de Dios.
Tener presente todo esto ayudará, sin duda alguna, a la hora de profundizar en el particular de las ceremonias consideradas por la Iglesia católicorromana como sacramentos. Y llaman la atención de manera especial dos, los llamadossacramentos de sanidad: la penitencia o confesión de pecados y la unción de enfermos, antes llamada extremaunción. La necesidad de ambos sacramentos parece clara según la mentalidad católicorromana, puesto que, como se da a entender al llamarlos “de sanidad”, ellos han de proveer la restauración de la vida nueva en el hijo de Dios cuando ésta se pierde a causa del pecado.
El principio sobre el que se basan, pues, es que la nueva vida en Cristo puede ser perdida en el hijo de Dios. Ante ello, la Reforma se oponía y opone resueltamente, porque según las Escrituras, la nueva vida en Cristo no puede perderse en el verdadero creyente: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Juan 3:9). El testimonio bíblico, pues, cuestiona de partida la necesidad de tales sacramentos. ¿Cómo pueden ser ellos los medios eficaces para restaurar aquello que, según las Escrituras, en el verdadero creyente no se puede perder?
Por otra parte, hay que tener presente que la confesión y la unción de enfermos han variado considerablemente a lo largo del tiempo, hasta el punto de que es legítimo preguntarse si existe una forma sacramental de ambos y, si no es así, si se puede hablar entonces de sacramentos. Esto es especialmente evidente en la confesión de pecados. Si se afirma, como Trento hace, que la forma (en el sentido de esencia) del sacramento de confesión consiste en las palabras de absolución “Yo te absuelvo a ti….” entonces hay que recordar que hasta la Edad Media ésta absolución era deprecativa (“Dios perdone tus pecados”), manera como, por otra parte, ha perdurado en las Iglesias ortodoxas hasta hoy.
En lo que a la ceremonia de la confesión se refiere, en la Iglesia primitiva la confesión era una ceremonia pública, por la que un bautizado que había caído en un pecado grave o escandaloso era readmitido a la comunión de la Iglesia tras un periodo de prueba o penitencia, en el cual se comprobaba la sinceridad de su arrepentimiento por el cumplimiento de unos ejercicios, normalmente ascéticos y de restricción de relación social, impuestos por los oficiales de la Iglesia. La readmisión era pública, generalmente ligada a una ceremonia de imposición de manos como señal pública del perdón divino del pecado. Es, además, bien conocida la severidad con que se administraban las penitencias, por lo que llegaron a comprenderse como verdaderas penas legales impuestas por la Iglesia de acuerdo con la gravedad del pecado.
Así las cosas, era casi inevitable que el cumplimiento de esas penitencias adquiriera con el tiempo el sentido de satisfacción a realizar por el pecador para que su pecado fuera perdonado, añadiéndose así esta satisfacción a la virtud y eficacia perfectas de la obra de salvación de Jesucristo. En otras palabras, esto significa que la obra salvadora de Jesucristo era considerada incompleta para obtener el perdón de los pecados, teniendo que ser completada por el supuesto oficio sacerdotal de la Iglesia como institución, quien había de imponer la satisfacción. Y es en esta lógica que la llamada promesa de las llaves (Mateo 16:19 ; 18:18 ; Juan 20:23) entró a considerarse como perteneciente a la confesión, lo cual en realidad es ajeno al texto bíblico, que no liga en ningún momento esta promesa a ceremonia alguna de absolución. La misma lógica, por otra parte, que desembocó en la doctrina del purgatorio, absolutamente ausente en la Palabra de Dios.
Por allá el siglo VI-VII la confesión sufrió un cambio considerable, al adoptarse la práctica digamos “privada” de la confesión, traída al continente por misioneros irlandeses. Es decir, con este cambio ya no se exigía que la readmisión a la comunión de la Iglesia se hiciera por medio de una ceremonia pública. Todo (confesión, absolución y penitencia) quedaba en un asunto personal con el confesor, del que no se tenía que dar cuenta al resto de los fieles, con lo cual, por una parte, ciertamente se mitigaba la gran severidad de la práctica antigua, pero, por otra parte, también se reforzaba las pretensiones sacerdotales de los oficiales de la Iglesia. Éste es, pues, el origen de la práctica de la confesión “auricular”, la confesión tridentina que, por la imagen de los confesonarios en las iglesias, se ha convertido en una de las señas distintivas del catolicismo-romano.
A pesar de ello, en la actualidad la práctica de la confesión ha entrado en una crisis profunda, de la que, a pesar de los esfuerzos desplegados por Juan Pablo II, parece que no saldrá ya más. Simplemente, ni la sociedad ni la mentalidad contemporáneas entran en los moldes de Trento. Por ello, cada vez se alzan más voces que propugnan nuevas formas del sacramento de penitencia más acordes con los tiempos, como por ejemplo alentar a que la gente haga actos penitenciales libres o celebraciones comunitarias de penitencia. Estas últimas consisten en la proclamación de la Palabra y confesión colectiva de pecados. Por la importancia que en estas celebraciones tiene la Palabra de Dios, parece como si la Iglesia católicorromana se esté inspirando del protestantismo. Con todo, sería ilusorio pensar que la Iglesia institucional vaya a admitir la sustitución de la forma sacramental, tridentina, de la penitencia por tales prácticas, puesto que ello contravendría su misma esencia como Iglesia. De hecho, la validez de tales prácticas queda, en teoría, supeditada a la confesión posterior con un sacerdote, para cumplir con lo prescrito en Trento. Desde fuera, pues, da simplemente la impresión de que se trata de buscar nuevas vías para acercar el sacramento de la confesión a la gente de hoy.
Consideremos ahora la unción de enfermos, antes llamada extremaunción. Contrariamente a la confesión, la unción sí que se puede reclamar de un fundamento bíblico en cuanto a la ceremonia en sí (¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados; Santiago 5:14-15). Trento afirmó que la unción de enfermos fue instituida por Jesucristo mismo, a pesar de que esta institución no se vea por ninguna parte en los evangelios; lo más que Trento pudo alegar en este sentido es que fue “insinuada” en Marcos 6:13.
De esta manera, en relación con la unción en la epístola de Santiago, hay que decir lo siguiente. Primero, el asunto que Santiago destaca, más que la unción, es la oración o, para ser más precisos, la eficacia de la oración de fe. Segundo, la sanidad que contempla este pasaje es fundamentalmente la sanidad física. Sólo hipotéticamente se contempla la posibilidad de que la enfermedad sea debida a un pecado; si fuera así, afirma Santiago, al recibir la sanidad también le será perdonado. Tercero, hay que tener presente que, en la cultura del antiguo Israel, como atestiguan los evangelios, el aceite de oliva tenía una gran variedad de usos, siendo también utilizado con fines medicinales.
Por el contrario, como sacramento (recordemos, según la doctrina católicorromana, un medio de por sí eficaz para transmitir la gracia divina) la eficacia de la extremaunción debe entenderse principalmente en relación con el perdón de los pecados. Tal como la extremaunción fue fijada en Trento, se trataba, fundamentalmente, de un sacramento de absolución de los pecados para el moribundo, donde, a diferencia del pasaje de Santiago, la sanidad física prácticamente estaba ausente por completo. La fórmula tradicional de la extremaunción hablaba de ello de manera bien elocuente: se tenía que ungir los órganos de los cinco sentidos (ojos, orejas, boca, nariz y manos), además de los pies y, en el caso de los hombres, la zona lumbar, implorando el perdón para los pecados cometidos por vista, oído, gusto, olfato, tacto, el caminar y la “delectación carnal” (es decir, los pecados sexuales).
A partir de Vaticano II, la extremaunción ha sido objeto de una revisión importante tanto en formas como en contenido. Por un lado, su uso ya no está limitado a los moribundos (de ahí su cambio de nombre por el de “unción de enfermos”). Por otro lado, el rito en sí de la unción se ha simplificado, ya que sólo se tiene que ungir la frente y las manos del enfermo. Por supuesto, y en esto no hay cambios, la perspectiva de la sanidad física sigue siendo absolutamente marginal. Sin embargo, sí que se puede decir que la unción de enfermos, tal y como se aprecia por ejemplo en el catecismo oficial de la Iglesia católicorromana, se está revistiendo de un sentido nuevo, muy importante y, por otra parte, extremadamente místico: con la unción, el enfermo, por un lado, se une a los sufrimientos de Cristo y, por otro, contribuye, gracias a los sufrimientos de su enfermedad, a la santificación de toda la Iglesia. Por supuesto, estas ideas no son nuevas en la teología y espiritualidad católicorromanas, pero en la actualidad, en la época de espiritualidad monista en la que nos hallamos, se han acentuado considerablemente. No es aventurado decir que éste va a ser el sentido primordial que la unción de enfermos tendrá en adelante, por encima incluso del de la absolución de los pecados.
En conclusión, podemos preguntarnos acerca de la conveniencia o no, en las Iglesias evangélicas y herederas de la Reforma, de la práctica tanto de la confesión de pecados como de la unción de enfermos. En este sentido, quisiéramos quedarnos solamente en una enumeración de principios generales.
En primer lugar, como hemos visto a lo largo de este artículo, ni la confesión ni la unción pueden ser consideradas como sacramentos (una vez más:ceremonias instituidas por Cristo como señales y medios de gracia a Su Iglesia).
En segundo lugar, si bien están desprovistas de carácter sacramental, se puede llegar a reconocer en estas prácticas un cierto valor y utilidad, tanto en el ejercicio del ministerio pastoral como en la vida de la Iglesia. Por ejemplo, en el caso de un miembro de una iglesia puesto en disciplina o excomulgado por un pecado público y escandaloso, es de puro sentido común, además de bíblico (Mateo 18:15-18; Lucas 17:3-4), que la readmisión a la comunión de la Iglesia se haga tras haber declarado su arrepentimiento a la Iglesia. De otra manera, la santidad y pureza de vida de la Iglesia podrían verse, a ojos del mundo, empañadas por el descrédito, o el resto de miembros sentirse, por el mal ejemplo tolerado, alentados a pecar.
Dicho esto, en tercer lugar, hay que tener bien presente los riesgos de insistir sobremanera en la práctica de estas ceremonias, como asimismo de todas las demás. Hacerlo podría indicar por nuestra parte una cierta propensión tanto al formalismo como al sacerdotalismo de la Iglesia. En cuanto a la unción de enfermos, creemos, por un lado, que Dios sigue sanando hoy en Su Iglesia; de hecho, toda sanidad (por los medios que sea, incluso médicos) proviene verdaderamente de Dios, y Dios sigue sanando en respuesta a la oración de Sus hijos. No obstante, no sería en absoluto correcto ligar la eficacia de la oración o la sanidad a la unción con aceite. Ello sería contrario tanto al testimonio bíblico (la gran mayoría de las sanidades de Jesús y de los apóstoles fueron sin unción) como a la experiencia común de los cristianos. Por otro lado, en cuanto a la confesión, sería un error pensar que un cristiano sólo debe confesar sus pecados a un pastor o a los ancianos de la Iglesia. De hecho, Santiago mismo, tras hablar de la unción, sigue diciendo “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados”(5:16). La confesión individual no está pues limitada a los pastores y, si bien es conveniente y beneficioso hacerlo en el contexto de la cura de almas, el perdón divino no depende en absoluto de ello. De hecho, para recibir el perdón divino, basta confesárselos directamente a Dios, sin intermediarios humanos, sólo por el único Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo (1 Timoteo 2:5).
Por todas estas razones, incluso hoy en día podemos apreciar y valorar la sabiduría y prudencia de la Reforma, que dejó de considerarse ligada en conciencia al cumplimiento de tales ceremonias de la Iglesia sin por ello rechazarlas por completo. En concreto, la Reforma se mostró bastante favorable al arrepentimiento público de un cristiano cuyo pecado haya sido público y que a causa de él haya sido puesto en disciplina, y, por el contrario, no mostró gran interés por la práctica de la unción de enfermos. Si las Iglesias de la Reforma se plantearan ahora la conveniencia de practicar tales ceremonias, no creemos que sería una buena señal invertir este orden de prioridades, puesto que la confesión pública de pecados, a diferencia de la unción de enfermos, afecta el ámbito de la disciplina de la Iglesia, la cual es una señal de la verdadera Iglesia. Por otro lado, tampoco sería bueno insistir en un tipo de ceremonia de confesión en particular, ni aplicarla de manera automática en todo tipo de situaciones que se pueda dar en la Iglesia. Hacerlo sería sacralizar las prácticas de origen humano. Exactamente como se hizo en Trento.
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Artículo escrito por Jorge Ruiz Ortiz, para la Fundación En la Calle Recta.

18 de diciembre de 2012

Salterio de Ginebra: Los 150 Salmos Cantados


Como saben, hace pocos meses la editorial Faro de Gracia ha publicado la primera edición del Salterio español completo según las melodías de Ginebra. Una de las mayores dificultades para el canto de los Salmos es que sus bellísimas melodías son, en la actualidad, muy poco conocidas. Para solventar este problema, y como recurso para poder aprender a cantarlos debidamente, hemos grabado las primeras estrofas de todos los Salmos, para que puedan ser un referente para los individuos y congregaciones que quieran aprenderlas.
Creemos muy conveniente que, junto con estos ejemplos de los cantos, se tenga acceso a las notas de las melodías. Las Iglesias Reformadas de Canadá y América ponen a disposición  estas melodías, a las que se puede accederhaciendo clic aquí.
Estos Salmos, ya lo verán, son cantados por mi familia. Vamos, tres representantes de la misma: mi hija Anna (Salmo 75, cuando tenía 8 años), mi mujer Michaela (Salmo 19), y un servidor. Algunos Salmos son cantados a dúo juntamente con mi esposa. No hay acompañamiento musical, como creo que se tienen que cantar. El acompañamiento musical, en mi opinión, complica extraordinariamente el canto de estos Salmos, que no fueron concebidos para ser cantados así. En su lugar –proponemos– el canto tiene que ser dirigido por persona(s) que sepa(n) a la perfección los Salmos, y puedan guiar el canto con el ritmo y el espíritu debidos.
No podemos decir que seamos músicos profesionales –ni mucho menos, no es algo que pretendemos– pero lo hemos hecho de todo corazón, en homenaje y adoración a nuestro gran y buen Dios. Eso sí, la calidad técnica de la grabación es excelente, gracias al gran trabajo llevado a cabo por Julián Marinov, un hermano búlgaro cuya familia está afincada en la ciudad de Burgos.
Por lo demás, tan sólo añadiré que el uso de estos Salmos es completamente libre y gratuito. Lo único que pedimos es que si los difunden por internet en otras páginas web, puedan indicar su origen y procedencia, a poder ser, con un enlace al blog Westmisnter Hoy.
Soli Deo Gloria
LOS SALMOS METRIFICADOS EN LENGUA CASTELLANA

Concilio Vaticano II (1962-1965)


1. El 28 de octubre de 1958, el cardenal Angelo Giusseppe Roncalli fue elegido como papa, adoptando un nombre que había caído en desuso desde los días del Cisma de Occidente (1378-1418), Juan XXIII. Tan sólo tres meses después, el domingo 25 de enero de 1959, el nuevo papa anunciaba inesperadamente, en la basílica de San Pablo extramuros de Roma, la celebración de un nuevo Concilio ecuménico de la Iglesia católica romana, junto con la convocación del primer sínodo de la diócesis de Roma y la revisión del Código de Derecho Canónico. Pocos meses después de este fulgurante inicio, Juan XXIII publicaba su primera encíclica, Ad Petri Catedram, en las que se ligaba el anuncio y explicación de la convocación del Concilio con un paternal llamamiento a los cristianos no-católicos a volver a la sede de Pedro. Sin duda alguna, la palabra clave de esta encíclica era la de “unidad”, la cual debía ser alcanzada entre todos los cristianos y entre todos los hombres en general. La Iglesia católica romana se presentaba, así, ante los separados de Roma, como un “maravilloso espectáculo de unidad.” Ya desde el inicio mismo de la encíclica, se señalaba como objetivos del próximo Concilio la “restauración de la unidad, de la concordia y de la paz”, tres expresiones que venían a ser sinónimas.
Evidentemente, para lograr que el resto de las iglesias cristianas, y el mundo en general, llegaran a tomar en serio este ofrecimiento, la Iglesia católica romana tenía que hacer un esfuerzo de adaptación a la Modernidad, rechazada reiteradamente por el Magisterio en los tiempos de Vaticano I. Un siglo después, la transformación de las sociedades occidentales se había agudizado, presentándose ya como un hecho irreversible. Por tanto, la necesidad para la Iglesia católica romana de realizar una puesta al día, unaggiornamento, a los nuevos tiempos aparecía como algo ineludible.
2. El “maravilloso espectáculo de unidad” de la Iglesia católica romana iba a ser representado, en la época de los medios de comunicación audiovisuales, por la fastuosa ceremonia de apertura del Concilio, el 11 de octubre de 1962, en la que unos 2500 obispos de todo el mundo llenaron la nave central de la basílica de San Pedro. Hasta el 8 de diciembre de 1965, el Concilio se iba a desarrollar en cuatro sesiones generales. La segunda sesión sería presidida ya por Pablo VI (1963-78) debido al fallecimiento de Juan XXIII, acontecido el 3 de junio de 1963.
En estas cuatro sesiones del Concilio, se iba a elaborar y promulgar un total de 16 documentos. Estos son, por importancia dogmática decreciente, los siguientes:
a) Cuatro Constituciones (Lumen Gentium, sobre la Iglesia; Dei Verbum, sobre la Revelación; Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia; Gaudium et Spes, pastoral sobre la Igesia en el mundo actual).
b) Nueve Decretos (Christus Dominus, sobre el oficio de obispos;Presbyterorum Ordinis, sobre el oficio de presbíteros; Optatam Totius, sobre la formación sacerdotal; Prefectae Caritatis, sobre la vida religiosa; Apostolicam Actuositatem, sobre los laicos; Orientalium Ecclesiarum, sobre las Iglesias orientales católicas; Ad Gentes, sobre la actividad misionera; Unitatis Redintegratio, sobre el ecumenismo; Inter Mirifica, sobre medios de comunicación social).
c) Tres Declaraciones: Dignitatis Humanae, sobre la libertad religiosa;Gravissimum Educationis, sobre la educación cristiana; Nostra Aetate, sobre las relaciones no cristianas).
3. En general, Vaticano II tiene que ser considerado como un Concilio más pastoral que dogmático. Se puede decir que el peso doctrinal del Concilio recayó principalmente en las constituciones sobre la Iglesia y la Revelación. Los consensos, a veces bastante difíciles de conseguir, entre las tendencias conservadoras y las liberales (que controlaban los puestos clave órganos Concilio y eran representados por las figuras teológicas del momento), se alcanzaban bajo el peso del principio de ejemplo de unidad a dar al mundo que presidía el Concilio.
En primer lugar, Vaticano II sentaba las bases para la reforma de la liturgia, la que en efecto se pondría en práctica con el nuevo misal romano de 1969. Hay que tener conciencia de la importancia, para el espíritu católico romano, de tal reforma, puesto que este ha sido uno de los puntos de mayor resistencia a la recepción de Vaticano II.
Por lo demás, el Concilio presenta una doctrina bastante detallada de la Iglesia, en contrapunto con la atención exclusiva del absolutismo papal en Vaticano I. La Iglesia es elevada ahora a la categoría de “sacramento de unidad del hombre con Dios y del género humano” (LG §1). Por otro lado, la doctrina de la Revelación ciertamente abre oficialmente el catolicismo romano a las corrientes teológicas modernas: la inspiración es circunscrita a las “verdades” que se encuentran en la Escritura (DV §11). De hecho, durante el Concilio, laPontificia Comisión Bíblica declararía legítimo el método de la crítica de las formasen relación con el Nuevo Testamento (De historica evangeliorum veritate, 21-04-1964).
En general, en su espíritu de diálogo con el mundo actual, el Vaticano II se hizo portavoz de la filosofía personalista católica romana que se había desarrollado en el siglo XX por autores como E. Mounier, J. Maritain o K. Rahner, caracterizados por el valor del compromiso personal en el mundo moderno. Esta sería la base sobre la que el Concilio afirmaría su doctrina de lasalvación de los infieles (LG §16; GS §22), cuestión eminentemente especulativa que ha ocupado a la teología católica romana durante siglos. En paralelo a esta doctrina, cabe señalar la importancia de la doctrina de las semillas del Logos (LG §13; AG §3,11,15; y desarrollada ampliamente en Gaudium et spes), como la base sobre la que se efectuaba el reconocimiento parcial de las otras religiones, y que, aplicada también al Israel bíblico, conllevaba la sanción de la crítica histórica al Antiguo Testamento. El corazón de esta doctrina es la idea de la presencia de Cristo en el mundo, fuera de los límites de la Iglesia. De esta manera, la Iglesia católica romana puede asumir, reconocer como suyos, elementos de la sociedad y de otras religiones, y ello sobre una base cristológica. Esta ha sido la base, precisamente, del desarrollo del diálogo interreligioso, que es la manera por excelencia como la Iglesia católica romana post-conciliar concibe la misión.
Por último, queda por ver los aspectos tal vez más polémicos del Concilio. Vaticano II, por un lado, asumió finalmente los valores liberales, en particular los de la libertad de conciencia y de religión, considerándola incluso como una institución divina (DH §3).
Por otro lado, el Concilio propulsó un cambio, más que de actitud, de enseñanza en relación con Israel. Sobre la base del movimiento ecuménico iniciado por Los Diez puntos de Seelisberg (Suiza, 1948), Vaticano II propugnó, en la Declaración Nostra Aetate §4, una corrección del lenguaje hacia el pueblo judío, pero en el fondo, por una sutil amalgama de citas bíblicas de Romanos 9,4-5 y 11,28-29, presente ya en LG §16, se llegaba a afirmar entre líneas que la “Antigua Alianza” no había sido revocada por Dios. Ese ha sido, precisamente el desarrollo post-conciliar a esta cuestión, que fue definido en 1973 por el episcopado francés como un “cambio en el orden de la fe”.
4. La valoración de Vaticano II tiene que hacerse asumiendo su carácter paradójico. Ciertamente, Vaticano II supone un problema grave, todavía no resuelto, para la teología católica romana puesto que supone una enmienda, en varios puntos, del Magisterio a la enseñanza secular de la Tradición y del mismo Magisterio. Dado que la Escritura, Antiguo y Nuevo Testamento, es entregada en manos de la crítica liberal, el encumbramiento del Magisterio actual, y en particular del papa, es perfectamente evidente, el reconocimiento del cual se convierte en la única premisa incuestionable en el llamado “diálogo ecuménico”. Curiosamente, por caminos distintos, Vaticano II y su desarrollo posterior llegan a los mismos planteamientos que Vaticano I en cuanto a la supremacía papal en materia de fe. En esencia, por tanto, estamos ante la misma realidad. Lo único en que en la Iglesia católica romana es inmutable.
- GRAU, José, Catolicismo romano. Orígenes y desarrollo, 2 vols., (Barcelona : Ediciones Evangélicas Europeas, 1987), pp. 683-828.
- SUBILIA, Vittorio, Le nouveau visage du catholicisme. Une appréciation réformée du Concile Vatican II, (Genibra : Labor et Fides, 1968).
Documentos completos del Vaticano II, (Bilbao: El mensajero del corazón de Jesús, 1965).
- Benedicto XVI, “Por una correcta hermenéutica del Concilio”, Discurso ante la Curia del 22 de diciembre de 2005, en Ecclesia 3290 (31-12-2005), 2018-2024.
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Jorge Ruiz Ortiz. Artículo publicado en
Dizionario di teologia evangelica, P. Bolognesi, L. De Chirico, A. Ferrari eds., (Marchirolo: Uomini Nuovi, 2007) pp. 849.

Concilio Vaticano I (1869-70)


1. El Concilio Vaticano I ha sido el primer concilio de la Iglesia católica romana en los tiempos modernos. Casi cien años después de la Revolución Francesa, tras la experiencia revolucionaria a escala continental de Napoleón y las revoluciones y guerras civiles que siguieron en toda Europa a la restauración del Antiguo Régimen en el Congreso de Viena (1814-15), las naciones europeas estaban ya, a mediados del siglo XIX, decididamente inmersas en la Modernidad liberal. Las ideas del liberalismo filosófico del siglo XVIII habían triunfado en la mentalidad de las sociedades, en buena medida por el concurso decisivo de la prensa como medio de comunicación social. Era el momento, entonces, de que se diera la configuración política estable de Europa en base a estas ideas liberales. De hecho, se estaba a las puertas de la unificación de Alemania e Italia (1870-71), por lo que, consiguientemente, el obispo de Roma había ya perdido, en 1860, la dominación política sobre los Estados Pontificios, no sin antes enfrentarse militarmente a las tropas piamontesas. Tras su derrota, el obispo romano permanecería permanentemente custodiado en la ciudad de Roma por tropas francesas.
Vaticano I fue, sin duda, el resultado de la dirección decidida, incluso audaz, de los obispos de Roma durante este convulso siglo XIX. En particular, de Gregorio XVI (1831-46) y, sobretodo, Pío IX (1846-1878), quienes, por medio de sus encíclicas papales, pusieron a Roma como el centro de la polémica internacional, tanto dentro como fuera de la Iglesia católica romana. Las polémicas se centraron especialmente en dos ejes temáticos que, en aquel momento histórico, se encontraban íntimamente relacionados, a saber, laoposición de Roma a la civilización liberal y la infalibilidad papal. Se temía, por tanto, que la infalibilidad papal conllevara el asentimiento de la Iglesia católica romana de la oposición de Roma a la Modernidad.
No obstante, la infalibilidad papal también tendría como efecto el vencer definitivamente, a nivel interno de la Iglesia católica romana, la contradicción que para Roma habían supuesto las tesis conciliaristas consagradas en el Concilio de Constanza (1414-18) y Basilea-Ferrara-Florencia (1431-45). A lo largo de los siglos, el conciliarismo había perdurado en Europa gracias alregalismo y al galicanismo, cuya expresión tradicional fueron los Cuatro artículos galicanos firmados por la asamblea de obispos franceses en 1682, los cuales ponían al obispo de Roma bajo las restricciones impuestas por el poder político y la Iglesia nacional.
2. Como antecedentes directos del Concilio, hay que destacar las encíclicas (Cum primum,1832; Mirari vos,1832; Singulari nos, 1834) relacionadas con el enfrentamiento entre Gregorio XVI y Felicité de Lamennais (1782-1854), en las que el obispo de Roma se manifestaba explícitamente en contra de las revoluciones liberales de 1830 (particularmente la de Polonia) y de las libertades individuales, así como en contra de la separación entre Iglesia y Estado.
No obstante, sería Pío IX el gran promotor de Vaticano I. En la bula Ineffabilis Deus (1854) definía ex-catedra el dogma de la Inmaculada concepción. Salvo en muy contadas excepciones (por ejemplo, Benedicto XII en 1336, sobre la Visiónbeatífica), la definición de un dogma de fe había sido una propiamente una facultad de los Concilios ecuménicos. Con esta definición, Pío XII, junto con el dogma de fe, afirmaba con los hechos que el depósito de la fe de la Iglesia residía, en última instancia, en el papado, promocionando así la tesis de la infalibilidad papal. Por último, en diciembre de 1864, Pío XII convulsionaría toda Europa con sus dos encíclicas, Quanta cura y, especialmente, el Syllabus, en los que se oponía frontalmente a los presupuestos básicos de la civilización liberal, a la par que condenaba los principios regalistas y galicanos.
Dos días antes de la promulgación del Syllabus, Pío IX expresaba a un grupo de obispos su deseo de celebrar un Concilio. La relación entre ambos, Concilio y Syllabus, aparecía así de manera incuestionable. Por ello, hay que señalar la intensa actividad diplomática que, a partir de entonces, se iba a dar antes y durante el Concilio, siempre en torno a la cuestión de la infalibilidad papal. Del mismo modo, Vaticano I sería el primer Concilio de la Historia en el que se crearía en los distintos países unos estados de opinión pública, tanto a favor como en contra de las resoluciones del Concilio, por medio de la prensa escrita. Destacarían particularmente personalidades del sector católico liberal, como el teólogo alemán Ignaz von Döllinger (1799-1890).
3. El ocho de diciembre de 1869 se inauguraba oficialmente el Concilio Vaticano I. La participación en el Concilio fue bastante alta, teniendo en cuenta que, de un total de 1084, asistió una media de setecientos obispos. Vaticano I fue un Concilio con un marcado predominio italiano, que representaba un 35% del total de los asistentes. Por lo general, cada país asistía con una posición homogénea en relación con los distintos asuntos a dirimir, excepto en la cuestión de la infalibilidad papal. Destacaba la mayoritaria oposición en cuanto a este último tema entre los obispos alemanes y centro-europeos, así como la cerrada adhesión española e hispanoamericana a las tesis infalibilistas. El grupo francés, a pesar de su mayoritaria oposición a la infalibilidad, no consiguió presentar una posición unánime al respecto. En definitiva, en el Concilio se formaron dos grupos netamente perfilados: El mayoritario, partidario de la infalibilidad (450 de los 700 obispos) y el minoritario en contra (140 de 700).
En sus cuatro sesiones generales y 89 congregaciones generales, el Concilio generó dos constituciones dogmáticas de singular importancia: Dei Filius (24 de abril de 1870) y Pastor Aeternus (18 de julio de 1870). La primera, en sus cuatro capítulos y sus correspondientes cánones, daba una respuesta (en general aceptable desde un punto de vista reformado y evangélico) al panteísmo, ateismo y racionalismo, ligados, a menudo, al liberalismo filosófico, así como la relación entre la razón y la fe. La segunda estaba compuesta por un preámbulo y tres capítulos, con sus correspondientes cánones, afirmando la supremacía en todos los órdenes del obispo de Roma sobre la Iglesia de Jesucristo. Un cuarto capítulo concluía el documento, en el que se definía solemnemente la infalibilidad papal.
Vaticano I estuvo repleto de manipulaciones, incidentes y polémicas, que han llegado a ser ciertamente memorables. Destaca en especial la retirada en bloque del sector minoritario ante la decisión inamovible del obispo de Roma de incluir la infalibilidad en la constitución dogmática sobre la Iglesia.
4. En conclusión, el Concilio que se había previsto condenatorio de la civilización liberal nunca acabó sus sesiones. El inicio de la guerra franco-prusiana (1870-71) obligó la retirada de las tropas francesas de Roma, lo cual propició la irrupción de las tropas piamontesas en la, en adelante, capital de Italia. Desde entonces, el “papa” se declararía permanentemente prisionero en Roma, sin aceptar el régimen político italiano liberal. Así iba a continuar hasta que en 1929, por los Pactos de Letrán, el régimen fascista de Mussolini reconocería la soberanía política del obispo de Roma sobre la Ciudad del Vaticano. Una soberanía sobre un ínfimo territorio, pero de enorme transcendencia para la Iglesia católica romana, en especial en sus relaciones con los gobiernos de las distintas naciones.
Durante los próximos treinta años, los sucesores de Pío XII (León XIII,Inescrutabilis Deo Consilio, 1878; Pío X, Lamentabili Pascendi, 1907) no harían sino confirmar las afirmaciones hechas en Syllabus Dei Filius y su oposición frontal al liberalismo en todos sus órdenes.
- GRAU, José, Catolicismo romano. Orígenes y desarrollo, 2 vols., (Barcelone : Ediciones Evangélicas Europeas, 1987), pp. 683-828.
- LORTZ, Joseph, Historia de la Iglesia, (Madrid: Ediciones Guadarrama, 1962), pp. 565-579.
- Documentos del Concilio Vaticano I:
Contitución Dei Filius http://www.conoze.com/doc.php?doc=2943 ; Constitución Pastor Aeternus http://www.conoze.com/doc.php?doc=2944
- KIRK, K., Concilio Vaticano I, en Enciclopedia Católica
- CASAS, Santiago, “El obispo Caixal y el Concilio Vaticano I”, en Excerpta e dissertationibus in Sacra Theologia XLII (2002), 473-561.
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Jorge Ruiz Ortiz. Artículo publicado en
Dizionario di teologia evangelica, P. Bolognesi, L. De Chirico, A. Ferrari eds., (Marchirolo: Uomini Nuovi, 2007) pp. 849.

15 de diciembre de 2012

Afirmación 2010 (Texto en Español)


[He aquí el texto en español de la "Afirmación 2010. Recordad -especialmente los pastores- que se puede firmar la Afirmación aquí ]
En vista de la actual oposición violenta del adversario de Dios y del hombre, y la evidente confusión y grave alejamiento de la Verdad Bíblica en la Iglesia profesante, creemos nuestro deber hacer una solemne afirmación de la doctrina que procuramos firmemente creer y enérgicamente mantener. Se sobrentiende que esta afirmación no cubre todos los dogmas de la fe una vez entregada a nosotros, sino que aquí se hace declaración y se hace hincapié, a la doctrina que se está siendo especialmente atacada en el presente. Consciente, como ciertamente lo somos, de nuestra propia gran debilidad, y dependiendo como siempre del apoyo y la fuerza de nuestro fiel Dios, unidos hacemos un testimonio solemne y público de la verdad de vital importancia, mientras que al mismo tiempo, rechazamos con firmeza los errores y las novedades que son contrarias a ellas. Hacemos un llamamiento a todos los que aman la Verdad a sumarse a nosotros para hacer esta formal afirmación formal de Fe, y rogamos a Dios que la utilice para el derrocamiento de la falsa doctrina y práctica.
“Porque vendrá el enemigo como río, mas el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él”.
Isaías 59:19
1. La Infalibilidad de la Escritura
Afirmamos que Dios ha revelado sobrenaturalmente al hombre una verdad objetiva. La revelación general viene a través del universo que Dios ha hecho1 y por medio de la naturaleza del hombre, creado a imagen de Dios. 2 Pero la revelación especial ha sido dada en una variedad de maneras (por ángeles, sueños, voces, etc.), culminando en la revelación de Dios en Cristo, la cual es perfecta y completa. 3 Esta revelación ha sido asegurada de forma permanente en el registro de las Escrituras por el proceso de inspiración, por el cual Dios “sopló”, o hizo proceder de Él, los escritos que ahora forman la Santa Biblia. 4 El producto resultante fue la infalible Palabra de Dios, sin mezcla alguna de error ni en doctrina ni en hechos. 5 Los 66 libros de la Biblia fueron reconocidos por el pueblo del Señor como inspirados y, por el propio testimonio de estos libros, se convirtieron en la regla divina por la cual todas las creencias y prácticas habían de ser probadas y juzgadas. 6 Dios, por Su singular cuidado y providencia, ha preservado Su Palabra escrita. 7 Los Textos auténticos y preservados son el Hebreo Masorético y el Texto Griego Recibido, y estos son los Textos que están a la base de la Versión Autorizada, que es, con mucho, la mejor y más exacta traducción en inglés de la Palabra infalible e inerrante de Dios que actualmente está en uso.
Rechazamos las versiones modernas e infieles, basadas en textos corrompidos y que hacen libre uso de la equivalencia dinámica en la traducción.
1 Salmo 19:1-6 1; Romanos 1:18-23 2 Génesis 1:26, Romanos 2:14-15, Juan 1:14, Hebreos 1:1, 2 4 2 Timoteo 3:16,17; Hebreos 3:7; Salmo 119:160; Daniel 10:21; Juan 10:35 Isaías 8:20; 34:16; Mateo 22:29; Hechos 17:2 7Salmo 119:152,160; Isaías 40:8; 59:21 ; Mateo 24:35; 1 Pedro 1:24,25
2. La Santísima Trinidad
Afirmamos que hay un solo Dios vivo y verdadero. 1 Aunque es incomprensible en su esencia y naturaleza, 2 este Dios se revela en las Escrituras como un Espíritu puro, 3 de infinita o absoluta perfección, y eternamente subsistente en (o existente en el forma de) una Trinidad de Personas5, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. 6 Estas Personas, o distinciones personales, en el Ser divino, están misteriosamente relacionadas entre sí, 7 igualmente comparten la misma esencia divina 8 y son, por tanto, iguales en poder y gloria. 9 Cada una de las Personas en la Divinidad tiene sus propiedades (o rasgos) personales, características y distintivas, en el Ser divino: es propiedad del Padre engendrar desde la eternidad 10 (Paternidad); del Hijo, ser eternamente engendrado del Padre (Filiación); 11 y del Espíritu Santo proceder eternamente del Padre y del Hijo (Procesión). 12 Estas propiedades personales en modo alguno implican precedencia o sucesión (la idea del tiempo está totalmente excluida) o superioridad o inferioridad (la idea de su rango o nivel está también totalmente excluida), sino que denotan las relaciones que existen eternamente en la Divinidad. 13 Fue la Segunda Persona de la Divinidad (el Hijo eternamente engendrado) Quien, en el tiempo señalado, entró en este pobre mundo y se hizo hombre, 14 asumiendo voluntariamente un cuerpo humano real 15 y un alma racional16 Una operación sobrenatural y milagrosa estuvo obrando en su concepción 17 –no a la manera de la generación ordinaria, por la que el pecado original se propaga– 18 y al nacer Él estaba libre de la culpa y corrupción del pecado de Adán, y era completamente santo y puro.19 De esta manera Él estuvo en condiciones para obtener la redención para Su pueblo. 20 Quien aplica la redención garantizada a los pecadores elegidos no es otro que la Tercera Persona de la Divinidad (el Espíritu Santo), Quien asegura que los tales son bendecidos espiritual y salvíficamente tanto en esta vida y como en la vida venidera. 21 El Señor Jesucristo ha unido para siempre en sí mismo la naturaleza de Dios y del hombre, las dos naturalezas existentes en Su única persona. 22 Este Dios uno y trino, sumo bendito y sumo glorioso, es el verdadero y único objeto de adoración, el Único de quien la fe depende y a quien se debe obediencia. Por gracia sin igual, éste es el Dios a quien pertenecemos, el Dios que buscamos glorificar a Dios y el Dios que esperamos disfrutar para toda eternidad. 23
Rechazamos las antiguas herejías que reaparecen en nuestros días: Triteísmo (que hace de las Tres Personas, tres dioses), sabelianismo (que considera a las Tres Personas como meros modos de manifestación), y el arrianismo (que enseña que el Hijo es una criatura exaltada y que el Espíritu Santo es simplemente una energía producida por el Hijo). Es especialmente preocupante la negación cada vez más común de la generación eterna de nuestro Señor y la eterna Filiación, así como la negación de que el Señor encarnado tenía un alma verdaderamente humana (al decirse que su naturaleza divina tomó el lugar del alma en la persona de Jesucristo). En nuestra opinión, estos son errores graves y peligrosos, que comprometen o bien la Divinidad de nuestro Señor o bien Su verdadera humanidad; e instamos a una mucho más cuidadosa adhesión a las Escrituras en estos asuntos, y a aquellos credos y confesiones históricas que mantienen fielmente la doctrina verdadera y genuina de la Palabra de Dios acerca de la profunda, pero sublime, verdad de la Santísima Trinidad.
Deuteronomio 6:4; 2 Samuel 22:32; Nehemías 9:6; Isaías 43:10 2 Job 11:7-9; 26:14; Salmo 139:6; Proverbios 30:4; 1 Corintios 1:21; 1 Timoteo 6:16 3Isaías 31:3, Juan 4:24; Hebreos 12:9 4 Mateo 19:17; 1 Juan 1:5 Génesis 1:1 – “Dios” se traduce “Elohim”, que está en forma plural ( cf. Eclesiastés 12:1 – literalmente, “tus Creadores”), 1:26; 3:22; 11:7; Números 6:24-26; Salmo 115:9-11; Isaías 6:3; Daniel 9:19 Mateo 28:19; 2 Corintios 13:14; Efesios 2:18; 1 Pedro 1:2; 1 Juan 5:7; Apocalipsis 1:4,5 Salmo 110:1; Isaías 48:16; 61:1; 63:7-10; Daniel 9:19; Mateo 3:16-17; 11:27; Juan 3:35; 14:16,17, 26; 15:26; Hebreos 1:8, 1 Juan 2:23 8 El Padre – Mateo 11:25; Romanos 15:6; 1 Corintios 8:6, Gálatas 1:1,3. El Hijo – Salmo 45:6 (cf. Hebreos 1:8); Isaías 9:6; 40:3; Jeremías 23:6; Mateo 1:22-23; Juan 1:1, 5:18; 10:30; 20:28; Romanos 9:5; 1 Timoteo 3:16; Tito 2:13, 1 Juan 5:20, Apocalipsis 5:11-14. El Espíritu Santo – 2 Samuel 23:2,3; Hechos 5:3,4; Romanos 5:5, 1 Corintios 3:16, Efesios 2:22 Cantar de los Cantares 4:16; Ezequiel 37:9,14; Zacarías 13:7; Mateo 28:19, Juan 5:22,23; Filipenses 2:6; Hebreos 1:6, Apocalipsis 1:4,5; 5:13-14 10 Juan 5:26 11 Salmo 2:7 – “este día” es “la eternidad”; Proverbios 8:24,25; Miqueas 5:2; Marcos 12:6, Juan 1:14,18 -”el unigénito del Padre, el Hijo unigénito”, 3: 16; Romanos 8:3, 1 Juan 4:9 – “unigénito” antes de “… enviado al mundo” 12 Isaías 61:1, Juan 14:26; 15:26; Romanos 8:9; Gálatas 4:6 13 Mateo 11:27, Juan 17:25,26; Romanos 15:19 14 Juan 1:14; Gálatas 4:4; Filipenses 2:7,8; 1 Timoteo 2:5 15 Lucas 24:39; Colosenses 1:22; Hebreos 2:14; 10:5 (cf. Mateo 4:2; Marcos 4:38; Juan 4:6,7) 16 Isaías 53:10,12; Mateo 26:38; Lucas 23:46 (cf. Mc 3:5; Lucas 10:21) 17 Lucas 1:31,35; 1 Timoteo 3:16 18 Génesis 3:15, Mateo 1:22-23; Gálatas 4:4 (cf. Romanos 5:12) 19 Juan 14:30 ; Hebreos 4:15; 7:26; 9:14; 1 Pedro 2:22 20Mateo 20:28; Gálatas 4:4,5 21 1 Corintios 6:11; Tito 3:4-7 22 Romanos 1:3, 4; 9:5; Filipenses 2:6-9 23 Deuteronomio 26:17, Salmo 48:14; Mateo 5:16, 1 Corintios 6:20; Salmo 4:6,7; 16:11; 27:4; 43:4; 73:25,26; Isaías 29:19; Apocalipsis 22:3-5
3. La Doctrina de la Gracia
Afirmamos que la doctrina común de la gracia en las Confesiones Reformadas (por ejemplo, Westminster, 1647; Saboya, 1658, y Londres, 1689), se conforma totalmente a la Escritura, la única norma infalible para la doctrina. Esa doctrina, comúnmente llamado calvinista, hace hincapié en la soberanía absoluta de Dios 1 e incluye la verdad de la Depravación Total, 2 Elección Incondicional, 3 Redención Particular, Gracia Irresistible, 5 y Perseverancia de los Santos, pero también abarca otras verdades reveladas de la Fe Reformada Histórica. Toda esta verdad es mantenida con una preocupación piadosa por los perdidos, y creemos firmemente en la necesidad de cumplir la comisión de evangelización y predicar el Evangelio a toda criatura, en todo el mundo.7 Este Evangelio son las buenas nuevas para los hombres pecadores, a través de Jesucristo, el único Salvador, presentado en él para ser creído y que la gente confíe en Él (a través de la gracia), de manera que los pecadores no se pierdan, sino que tengan vida eterna. 8
Rechazamos el arminianismo en todas sus formas, especialmente el moderno “decisionismo” y “conversionismo fácil” [en inglés, easy-believism].
1 Deuteronomio 4:39; Salmo 115:3, Isaías 46:9-11; Daniel 4:34,35; Efesios 1:11 Salmo 51:5; Jeremías 17:9, Marcos 7:21,22 Romanos 9: 10-13; Efesios 1:4; 2 Tesalonicenses 2:13 Mateo 20:28; Juan 10:11, Hechos 20:28, Efesios 5:25; Tito 2:14; Apocalipsis 5:9 5 Juan 5:21; 6:44,45,65; Hechos 16:14, Romanos 8:30; 9:23,24; 2 Timoteo 1:9, 1 Pedro 2:9 6 Job 17:9; Filipenses 1:6; 1 Pedro 1:5 7 Marcos 16:15,16, Lucas 14:15-24, Romanos 1:14-16 8 Lucas 2:10; Juan 1:12,13; 3:16,17; Hechos 4:12; 13:26; 18:27, 1 Corintios 2:2, 2 Corintios 4:5; Gálatas 3:1,8; Efesios 2:8,9; 1 Timoteo 1:15, 1 Juan 5:11,12
4. Creación en Seis Días
Afirmamos la historicidad del relato bíblico de la Creación, que se encuentra en los primeros capítulos del Génesis.1 La Creación es el acto sobrenatural de Dios2 por el cual, en el principio 3 y por Su Palabra o mandato inmediato, 4 trajo, de la nada, todo a la existencia, 5 y esto en el espacio de seis días literales, de veinticuatro horas.6
Rechazamos la teoría de la evolución (tanto teísta como atea), así como negamos todos los intentos de interpretar Génesis de acuerdo con las modernas teorías científicas, como en el caso de la “Teoría del día-era” (que hace que los seis días sean períodos de tiempo largos e indefinidos).
Génesis 1:1-31; 2:1-25; Mateo 19:4, 2 Pedro 3:5 2 Job 38:4-6; Salmo 90:1,2; 37:16 Isaías; 44:24; 45:9 Génesis 1:1; Hebreos 1:10 4 Génesis 1:3ss; Salmo 33:6,9,  Hebreos 1:3, 2 Pedro 3:5 5 Romanos 4:17; Hebreos 11:3 6 Génesis 1:3–5ss; Éxodo 20:8-11
5. Sustitución Penal
Afirmamos que el acto de expiación de Cristo era de “satisfacción penal para la justicia de Dios”. En el plan de redención, Él fue designado “fiador”, y como tal fue obligado a cumplir un servicio o pagar una deuda para otros1 Al cumplir este compromiso, en el amor infinito por Su pueblo, no solamente prestó obediencia a los preceptos de la Ley, sino que también sufrió pena de la Ley de la ira y la maldición de Dios. A lo largo de Su vida, pero especialmente en Su muerte, Él “llevó nuestros pecados”, expresión que significa que Él tomó el castigo de todos esos pecados; 3 y así se dice que Él, siendo “entregado por  (peri – “por causa de”) nuestros pecados”, realmente “sufrido por los pecados, el justo por (huper – “en el lugar de”) los injustos”. De hecho, fue así que Él se hizo un “sacrificio”,  5 siendo nuestra culpa transferida a Él y siendo Su vida, en consecuencia, tomada como la pena debida. No se puede dudar, por consiguiente, de que Dios le infligió a El   –el Sustituto legal del pecador– el “castigo” y ” punición”, a fin de que podamos ser “salvos de la ira por medio de Él”. 7 Ésta es la gloria del Evangelio y la única esperanza de los pobres y miserables pecadores.
Rechazamos la opinión de algunos liberales modernos (que afirman ser “evangélicos”) que se atreven a sugerir que “la sustitución penal” es una mera “teoría” de la expiación, la cual ellos blasfemamente afirman que sería un “maltrato infantil cósmico”.
1 Hebreos 7:22 cf. Génesis 43:9; Filemón 18 2 Isaías 53:4,5; Gálatas 3:13 3 1 Pedro 2:24 cf. Levítico 20:17ss 4 Romanos 4:25, 1 Pedro 3:18 5 Efesios 5:2, Hebreos 9:26 Isaías 53:4-7 cf. Levítico 1:4,5 Isaías 53:5,10; Zacarías 13:7; Romanos 5:9
6. Justificación por la Sola Fe
Afirmamos que la justificación es el acto de gracia de Dios que declara a los pecadores justos ante los ojos de Su Ley: 1 por lo que se utiliza en la Escritura en contraste con la acusación o condenación. Este veredicto, pronunciado una vez y para siempre, no es por causa de algún mérito en el pecador, sea presente o futuro, sino solamente sobre la base de la justicia de Jesucristo3es decir, Su obediencia activa mediante la cual Él cumplió perfectamente todos los preceptos de la Ley, y su obediencia pasiva, por la cual soportó la completa pena de la Ley. 5 Esta obediencia activa y pasiva fue vicaria, en que fue una obediencia ofrecida por Él, como representante de los pecadores elegidos, en su lugar y en nombre de ellos. La justificación fue decretada desde la eternidad, pero el decreto es cumplido y tiene lugar en la experiencia de los elegidos cuando, por gracia, ellos creen, recibiendo a Cristo como Salvador en dependencia de la completa suficiencia de lo que Él ha hecho por ellos en vida y muerte, 7 y cuando la justicia de Cristo, que satisface perfectamente la Ley, les es realmente imputada, es decir, se les atribuye o pone en su cuenta. Dios pronuncia, entonces, Su juicio o sentencia de justificación, perdonando todos sus pecados (pasados, presentes y futuros), o remitiendo la pena debida por ellos, y declarándolos justos delante de Él, como si hubieran obedecido cada precepto. 10 Esto le da a los pecadores el derecho a la vida eterna; 11 y tal justificación es irrevocable. 12
Rechazamos la doctrina romanista de que la justicia infusa en el pecador es meritoria y contribuye a la justificación final, así como también rechazamos la “Nueva Perspectiva sobre Pablo”, “Teología de la Avenida Auburn” y “Visión Federal”, que igualmente comprometen la doctrina de la justificación por la fe sola, que sugieren que es en parte por las obras y, más concretamente, por la “fe fiel”, “la obediencia fiel” o “una (meramente externa) membresía  en la alianza”.
1 Romanos 3:24; 5:17; 8:33; Tito 3:7 Romanos 8:33,34 cf. Deuteronomio 25:1 3 Isaías 45:25; Jeremías 23:6, Romanos 3:24-26; 5:9,18; 10:4; 1 Corintios 1:30, 2 Corintios 5:21 Salmo 40:8, Romanos 5:19; Filipenses 2:8 5Romanos 4:25; 5:9; 8:4 Isaías 53:6,11, Romanos 5:15-19, 1 Corintios 15:22; Gálatas 4:4,5; Hebreos 7:22 7 Hechos 13:39; Romanos 3:22,28; 5:1; Gálatas 2:16; Filipenses 3:8,9 Romanos 4:6-8, 20-25; 1 Corintios 1:30, 2 Corintios 5:21 9 Romanos 4:6-8; 8:1,33 10 Romanos 4:5; Efesios 1:6; 11Romanos  5:1,2,18,21; Tito 3:7 12 Romanos 8:1,30-34
7. Santidad de Vida
Afirmamos que, porque Dios es santo, Él requiere santidad en la vida de todos creyentes. 1 Hechos santos en Cristo en cuanto a nuestra posición, hemos de vivir santamente por Cristo en cuanto a nuestro estado. 2 La santidad es, primera y principalmente, un asunto del corazón, pero, inevitablemente debe manifestarse en la conducta, tanto en palabras como en hechos. 4 Esto comportará, para el cristiano, la separación de todo lo que es mundano y pecador, de modo que nuestras vidas sean marcadamente diferentes de aquellos hombres y mujeres a nuestro alrededor. Éste es el propósito de la gracia de Dios, y por consiguiente la obra continua de Dios en nosotros; y aunque nunca sea perfecta en esta vida, será benditamente perfecta en la vida venidera. 9 Como pueblo del Señor, por consiguiente, anhelamos esta santidad futura cuando, completamente santificados por Su voluntad, seremos perfeccionados a la imagen de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. 10
Rechazamos la opinión de muchos cristianos profesantes en estos días de que es bastante aceptable seguir el mundo impío en el vestido y en sus formas de pensar, hablar y comportarse.
Isaías 35:8; 1 Pedro 1:15,16; 2 Timoteo 2:19 2 1 Corintios 1:30; Hebreos12:14; 13:12 3 Salmo 45:13; Mateo 5:8; 23:25-28 Efesios 4:29; Tito 2:12 5 2 Corintios 6:17; Filipenses 2:15, 1 Juan 2:15,16 Efesios 1:4 7Filipenses 2:12,13; 1 Tesalonicenses 5:23; 8 Romanos 7:14-25; 1 Juan 1:8,10Efesios 5:25-27; Hebreos 12:23, 1 Juan 3:2; Judas 24; Apocalipsis 21:4,2710 Salmo 17:15; Romanos 8:29 ; Efesios 1:4
8. La Experiencia Cristiana
Afirmamos la necesidad del cristianismo experimental o verdadera experiencia cristiana1 Mientras que el conocimiento no debe ser despreciado, existe un peligro de una preocupación no espiritual sobre el intelecto. La Fe Reformada, en su forma más pura, es la teología del corazón, y esto, por consiguiente, nos debería profundamente mover y hondamente cambiarnos. Cuando Dios, por gracia, se muestra en Su infinita soberanía, majestad y gloria, somos llenos de un sentido de asombro adorador y de gran indignidad3 Sentimos asombro de que haya misericordia en Él, por la que reciba a los pecadores. 4 Confiando completamente en el Redentor, a través de Cuya sangre fluye la misericordia a nosotros, buscamos el perdón que nos llena nuestras almas de alegría y paz.5 Continuamente nos volvemos al Señor nuestro Dios en busca de refugio y consuelo, siendo caracterizadas nuestras vidas por la oración persistente  por el cumplimiento de las promesas divinas. 6 Su Palabra es nuestra meditación diaria: en ella encontramos consejo seguro, y de ella sacamos toda la fuerza y apoyo necesarios. 7 En nuestro andar diario, somos conscientes de que sus vigilantes ojos que todo lo ven están sobre nosotros, y nosotros, por consiguiente, siempre procuramos caminar humildemente con Él. 8 A veces, tal es nuestra dulce comunión que estamos absortos en amor y alabanza, y grande es nuestro deleite en los Días de Reposo al acercarnos a Dios, en la manera que Él ha designado, gloriándonos en el hecho de que Él es nuestra bendita porción, en esta vida y la siguiente. 9 Su amor por nosotros no sólo engendra amor por Él, sino también nos lleva a amar a Su pueblo con un puro afecto, y a los pobres perdidos pecadores con anhelo ferviente de que puedan ser salvos. 10 En todas estas cosas, nuestro gran fin es que Dios sea glorificado–que todo lo relacionado con nosotros, como pecadores escogidos, redimidos y llamados, pueda redundar para la gloria de Dios–. 11
Rechazamos aquella representación de la Fe Reformada que es poco más que un asentimiento a una teología particular y ese frío calvinismo académico, que hace incluso que la Doctrina de la Gracia parezca seca y árida.
Jeremías 31:3; Romanos 8:16; Filipenses 3:10 Ezequiel 36:26; Hechos 16:14, Efesios 3:14-19 3 Isaías 6:1-5, Romanos 11:33-36, 1 Corintios 4:7 4Salmo 130:3,4; 1 Timoteo 1:12-14, 1 Pedro 2:10 Job 19:25-27; Miqueas 7:18, Romanos 15:13 6 Salmo 71:3; 119:49; 142:5; Judas 20,21 7 Job 23:11,12; Salmo 1:1-6; Mateo 4:4 Génesis 16:13; Salmo 16:8; 139:1-5; Miqueas 6:8 Salmo 43:3,4; 48:14; 73:25; Lamentaciones 3:24 10 Salmo 116:1; 5:5;  Romanos; 10:1; 1 Juan 4:7 11 1 Corintios 6:20; Efesios 3:21; 1 Timoteo 1:17
9. El Día de Reposo
Afirmamos la perpetuidad del Día de Reposo. Designado en la creación, 1observado por los patriarcas, 2 mantenido en el desierto, 3 incorporado en el Decálogo (o Diez Mandamientos), 4 confirmado por los profetas, 5 y predicho para los tiempos del Nuevo Testamento, 6, fue confirmado y hecho prevalecer por nuestro Señor. 7 La observancia del Día de Reposo comporta la consagración del “séptimo día”; y durante el período del Antiguo Testamento, éste era el séptimo día de la semana, 8, pero nuestro Señor, si bien mantuvo el principio del séptimo día, 9 cambió el día del séptimo al primer día de la semana, el día de Su resurrección de entre los muertos, 10 y este día, por consiguiente, fue observado por la Iglesia Cristiana primitiva. 11 Un Día de Reposo, por consiguiente, permanece para el pueblo de Dios, 12 y debemos guardarlo descansando del empleo normal 13 (excepto para las obras de necesidad y misericordia 14) y del recreo 15 (que puede ser perfectamente lícito en otros días 16), y pasando el día, en la medida de lo posible, en adoración pública y privada, incluyendo la lectura espiritual, oración, meditación y conversación. 17 El Día de Reposo mantenido así resultará ser una bendición inestimable para los individuos y las naciones. 18
Rechazamos la oposición a la defensa del Día de Reposo que prevalece en algunos círculos; lamentamos profundamente la gran decadencia en la observancia del Día de Reposo; y el hecho de que muchos en el mundo –y no pocos en la Iglesia– profanan abiertamente el Día de Reposo por un trabajo innecesario, por mirar la televisión, la práctica de deporte, el frecuentar restaurantes y los viajes de vacaciones. Trágicamente, el “antinomianismo” contemporáneo –especialmente en la forma de la “Nueva Teología del Nuevo Pacto”– fomenta la profanación pecaminosa y la profanación de la Día Santo de Dios, y aborrecemos y denunciamos estos errores teológicos por cuanto son en detrimento de la mayor gloria de Dios y el bien espiritual del hombre.
1 Génesis 2:3 Génesis 4:3 2 – “en el transcurso del tiempo”, literalmente, “al final de los días”, cf. 8:10,12; 29:27,28; Job 1:4,5 3 Éxodo 16:23,26 4 Éxodo 20:8-11, Deuteronomio 5:12-15 Isaías 58:13; Jeremías 17:21, 22 6 Isaías 56:6,7; 66:23 7 Mateo 24:20, Marcos 2:27,28; Lucas 4:16,31; 23:56 Génesis 2:2,3; 4:3; Éxodo 31:16,17 9 Marcos 2:27,28 10 Juan 20:1,19,26; Apocalipsis 1:10 11 Hechos 2:1; 20:7; 1 Corintios 16:1,2 12 Hebreos 4:9 13 Éxodo 20:10; 34:21; Levítico 23:3; Deuteronomio 5:14; Nehemías 13:15-20; Jeremías 17:2114 Mateo 12:1,10-13; Lucas 13:16 15 Isaías 58:13 16 Génesis 27: 3; Nehemías 8:10; Eclesiastés 8:15 17 Levítico 23:3; Salmo 92-título; Isaías 66:23; Lucas 4:16, Hechos 16:13,14; 20:7  18 Génesis 2:3, Isaías 56:7,8; 58:13,14
10. Reverencia en el Culto
Afirmamos el concepto de la reverencia por Dios. 1 Las Escrituras distinguen entre el temor servil, que es poco más que el miedo de la ira y castigo de Dios,y el temor filial, que es una santa disposición formada en nuestras almas por el Espíritu Santo, 3 por el cual somos capacitados adecuadamente para responder a la infinita excelencia de Dios, 4 Su grandeza y bondad. 5 Ésta es la gracia en la que los creyentes están llamados a ejercitarse. Es un asombro, maravilla y profundo respeto delante de Dios, se manifiesta en una variedad de maneras, incluyendo una estricta observancia a Su voluntad revelada, 8 el aborrecimiento de lo que es malo o indigno, la vigilancia sobre el corazón y la vida, 10 la sinceridad, seriedad y diligencia en Su servicio, 11 el no rehusar nada a Él, 12 la esperanza en la sola misericordia divina, 13 y un profundo y fuerte deseo de Su presencia y favor. 14 Esta profunda veneración por Dios debe ser especialmente evidente en el culto de la iglesia, 15 donde Dios no sólo es reconocido como la Majestad divina, sino que también es honrado y alabado como tal. 16 Este temor no es en absoluto incompatible con el amor a Dios por parte del adorador, pero sí que afecta el carácter de ese amor, haciendo que no sea una familiaridad carnal sino un afecto reverencial;17 ni tampoco es incompatible con nuestro gozo en Dios, sino que el temor  piadoso tiene un efecto santificador y solemnizador sobre el mismo, transformando esta emoción en algo sobrio y sereno, que no se expresa en la risa mundana, sino más bien en regocijo espiritual. 18
Rechazamos el espíritu que prevalece en muchas iglesias, con su tendencia a convertir la adoración en nada más que un entretenimiento mundano. Nos apena que, en la Casa de Dios, los ministros tan a menudo prefieran vestirse informalmente y se conduzcan de una manera poco digna, como también nos duele que las congregaciones estén dispuestas a seguir sus malos ejemplos, convirtiéndose en arrogantes acerca de Dios y de Su santidad y comportándose de la manera más indigna e indecorosa. La reverencia y temor de Dios han trágicamente desaparecido en nuestros días.
Génesis 31:42; Salmo 33:8; Proverbios 1:7; Hebreos 12:28 2 Génesis 3:10; Mateo 25:24,25; Santiago 2:19 3 Deuteronomio 5:29; Salmo 86:11, Isaías 11:2,3; Jeremías 32:39,40 Deuteronomio 28:58, Salmo 112:1 5 Jeremías 5:22; 10:6,7; Salmo 130:4; Oseas 3:5 Proverbios 23:17, 2 Corintios 7:1, 1 Pedro 1:17 Eclesiastés 5:2; Isaías 6:1-3, Salmo 112:1 8:13; Eclesiastés 12:13 9 Génesis 20:11; 42:18; Job 1:1; Proverbios 8:13, 16:6, 10 Romanos 11:20,21; 2 Corintios 7:1; 11 Salmo  2:11; Filipenses 2:12; Colosenses 3:2212 Génesis 22:12; Nehemías 5:15; Isaías 60:5 13 Salmo 147:11  14 Salmo 25:1,14; Hechos 10:1,2; 15 Éxodo 15:11; Salmo 5:7; 89:7; Hechos 9:31 16Salmo 29:2; 50:23; 86:9; Apocalipsis 14:7; 15:4; 17 Salmo 70:4; 73:25 18Salmo 2:11; Proverbios 28:14; Filipenses 4:4
11. El Principio Regulador del Culto
Afirmamos la Ley para el culto divino, conocido como el Principio Regulativo, que establece que debe haber una autoridad positiva de designación de las Escrituras, o prescripción, en la manera de mandamiento directo o ejemplo aprobado, para todas las partes de la adoración de Dios. Esta ley se ha expresado en la declaración, “lo que la Escritura no prescribe, lo prohíbe.” 1Entendemos que esta afirmación significa que las partes del culto ordinario sólo deben incluir el canto de alabanza bíblica y digna; 2 la lectura de las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento en una traducción fiel y precisa;3 el ofrecimiento de la oración, que incluya la acción de gracias, 4 confesión 5 y petición; la predicación y escucha de la Palabra de Dios, y la bendición. 8Además de estas ordenanzas, está también la administración de los dos sacramentos u ordenanzas simbólicas: a saber, el Bautismo y la Cena del Señor. 9
Rechazamos la introducción en el culto solemne y público del entretenimiento mundano, ya sea de teatro, mimo, títeres, arte, danza, comedia o la música pop (con sus grupos de música e instrumentistas). De hecho, desaprobamos la así llamada “Adoración Cristiana Contemporánea”, por creer que sus innovaciones deshonran a Dios, son contrarias a las Escrituras (como “culto voluntario”), y perjudiciales para el testimonio de la Iglesia profesante de Cristo.
1 Deuteronomio 4:2; 12:32; Mateo 15:3,9; 28:20; 1 Corintios 11:2,23; Colosenses 2:22 2 Salmo 95:1,2; Colosenses 3:16 3 Josué 8:34,35; Nehemías 8:1-3, 1 Tesalonicenses 5:27 Oseas 14:1,2; Filipenses 4:6; Hebreos 13:15 5Daniel 9:4; Mateo 6:12; 1 Juan 1:9 Efesios 6:18,19; Filipenses 4:6; 1 Timoteo 2:1,2,8 Hechos 10:33; 2 Timoteo 4:2 8 Números 6:22-27, 2 Corintios 13:14 9 Mateo 28:19, 20, 1 Corintios 11:23-29
12. El Sagrado Ministerio
Afirmamos la creencia en el santo ministerio. Incluso en los tiempos del Antiguo Testamento, había Ministros de la Palabra, tanto extraordinarios como ordinarios, pero en los tiempos del Nuevo Testamento, el Oficio Ministerial pasó a estar mucho más de manifiesto. Nuestro Señor mismo fue un Ministro,y durante el período de Su predicación y enseñanza pública, Él ordenó a los Doce primero, y más tarde los Setenta; 4, pero dio a entender que otros estarían todavía involucrados en esta obra 5 y, antes de ascender a los cielos, declaró que existiría un Ministerio hasta el final de los tiempos. Así pues, incluso ahora, el Señor exaltado da “pastores y maestros” a su Iglesia. La Escritura insiste en que tales hombres deben ser divinamente cualificados por una vida santa y sin reproche, por un conocimiento racional y experimental de la Verdad, y por la capacidad de declarar y aplicar fiel y celosamente la Palabra de Dios. También es necesario –de hecho es esencial– que el tal sea“llamado” al Ministerio, “llamamiento” que es doble: un llamamiento interior del Señor (la voluntad divina impresa en el corazón, aportando una convicción real, profunda y convincente) y un llamamiento externo de la Iglesia (que comporta la elección y entonces la ordenación solemne o designación). Es evidente que sólo los hombres son llamados al oficio, y a dirigir así públicamente la adoración y ministrar la Palabra de Dios en el Iglesias 10 y cualesquiera otros oficiales pueda haber en una Iglesia del Evangelio (Ancianos Gobernantes o Diáconos), su servicio nunca podrá ser un sustituto de un correcto e indicado Ministerio Bíblico.11 Aquellos debidamente designados para el Ministerio deben cumplir con sus obligaciones, no en forma imperiosa o dominante, sino con un espíritu humilde, paciente y compasivo, como es el que se halla en el Príncipe de los pastores, nuestro Señor Jesucristo. 12 Además, según las Escrituras, el Ministerio de ellos no es sacerdotal (habiendo sido quitado el orden de Aarón, y el orden de Melquisedec perteneciendo únicamente al Señor Jesucristo): 13 en vez de ello, sus funciones principales son la predicación o la enseñanza de la Palabra de Dios y la administración de la sacramentos u ordenanzas.14 El único medio público divinamente autorizado para la instrucción y conversión de los pecadores es la proclamación verbal de la Palabra santa de Dios 15 y una de las mayores necesidades del tiempo presente es que se levanten hombres para predicar todo el consejo de Dios con autoridad y fidelidad, 16 y para estos predicadores –y para esta predicación– ser ungidos y capacitados por el Espíritu Santo enviado del cielo.17
Rechazamos la idea de que el ministerio “se encuentra en común”, de manera que cualquier persona pueda realizar el ministerio público en la iglesia, así como rechazamos la idea de que las mujeres pueden dirigir cualquier parte del culto divino o predicar a la iglesia congregada. Repudiamos también cualquier uso de teatro, mimo, títeres, etc., como medios ilegítimos e impropios para comunicar la Verdad revelada de Dios, puesto que creemos que Dios ha designado la predicación como la manera apropiada para dar a conocer su Verdad a este mundo necesitado.
Lucas 1:70; 2 Pedro 1:21; Deuteronomio 33:10; 2 Crónicas 15:3; Malaquías 2:7, Hechos 15:21 2 Hechos 6:4; Efesios 4:11,12; 1 Timoteo 1:12 3 Isaías 61:1, Romanos 15:8; Apocalipsis 3:14 Marcos 3:13,14; Lucas 10:1-16 5Mateo 13:52; Lucas 12:42,43 Mateo 28:19,20 Efesios 4:11,12; 1 Corintios 12:28 8 Hechos 20:27,28; Romanos 12:6-8, 2 Corintios 3:5,6; 1 Timoteo 3:1-7; 2 Timoteo 2:15,24; 4:1-5; Tito 1:4-9 9 Hechos 13:1,2; Romanos 10:15, 1 Corintios 9:16, Hechos 1:15-26, 13:1-3; 14:23; 1 Timoteo 4:14 10 1 Timoteo 3:1, 1 Corintios 14:34,35; 1 Timoteo 2:11,12 11 Hechos 12:17; 21:18; Romanos 12:5-8, 1 Corintios 12:28; Hebreos 13:7,17 12 Mateo 20:25-28; 23:11,12; 1 Pedro 5:3; 3 Juan 9-11 13 Hebreos 8:13; 10:11,12 14 Mateo 28:19,20; Hechos 6:4; 20:7-11, 1 Corintios 3:5; 4:1; 2 Timoteo 4:1-4, 15 Lucas 24:46-48, 1 Corintios 1:21; 2 Corintios 4:5 16 Mateo 9:37, 38; Hechos 20:27; 2 Timoteo 2:2 17 Lucas 24:49, Juan 20:21,22; Hechos 4:8,31; 1 Pedro 1:12
13. Separación
Afirmamos el deber de dar un claro testimonio de nuestra Fe mediante la separación de todo error y, por consiguiente, de toda cooperación en actividades religiosas con los que niegan cualquier verdad capital de la Fe Cristiana. 1 Bajo el Antiguo Pacto, el pueblo de Dios fue advertido solemnemente en contra de la asociación con aquellos que habían desviado gravemente de la Verdad, y cuando no hizo caso de tal advertencia fueron severamente reprobados, reprendidos o juzgados. 3 Bajo el Nuevo Pacto, se nos dice claramente que nos apartemos de aquellos que se apartan a sí mismos de la Verdad inviolable de Dios. 4 También está claro que debemos restringir el compañerismo –en especial el compañerismo público, de la iglesia– con aquellos que profesan ser “evangélicos” pero que desprecian la enseñanza de las Escrituras sobre la separación, prefiriendo confraternizar con aquellos que cuestionan o repudian la Verdad de la Biblia.Una de las mayores debilidades de los modernos “evangélicos” es que yerren en adoptar una toma de posición separada de la apostasía. Aquellos que representan el evangelicismo verdadero y conservador deben posicionarse juntos –y trabajar juntos– por la fe una vez dada a los santos. 6
Rechazamos todas las actividades  interreligiosas, así como repudiamos totalmente el falso ecumenismo que intenta reunir aquellos que no pueden estar de acuerdo en los puntos fundamentales de la Fe Cristiana; el Romanismo que promueve una idolatría esencial y blasfemamente pagana; el Modernismo que viola la doctrina de la inspiración verbal y plena de las Sagradas Escrituras; y el Neo-Evangelicismo que prefiere una posición de neutralismo y apaciguamiento, comprometiendo la Verdad bíblica distintiva y vital.
1 Romanos 16:17,18; Efesios 5:11; Tito 3:10; 2 Juan 10,11 Éxodo 23:32; 34:12,15; Josué 23:7 Jueces 2:2; 2 Crónicas 19:2 cf. 18:1; 20:35-37; Esdrás 9:1,2,14 Mateo 7:15; 15:14; 2 Corintios 6:14-18; Gálatas 1:8,9; 2:4,5,11; 1 Timoteo 6:3-5; 2 Timoteo 3:1-5; 1 Juan 5:21; Apocalipsis 2:14-17; 18:4 5 2 Tesalonicenses 3:6,14,15 6 Hechos 2:42; 2 Corintios 13:8; Filipenses 1:27; 3 Juan 5-8; Judas 3
14. Avivamiento
Afirmamos la realidad y la gloria del avivamiento espiritual. Esto no es algo de orígenes modernos, porque el Espíritu Santo estuvo presente en los tiempos del Antiguo Testamento, 1 y, en varias ocasiones, en tiempos de decadencia espiritual, al antiguo pueblo del Señor se les concedió una nueva manifestación de la presencia y actividad del Espíritu, que dio lugar a un avivamiento y la renovación de sus almas. 2 Los profetas predijeron que habría futuras visitaciones avivadoras en esta era cristiana y ellos, junto con el remanente piadoso, anhelaron y oraron por tales tiempos. 4 Pentecostés vio la llegada formal del Espíritu Santo para comenzar su actividad en el nuevo pacto glorificando al Cristo exaltado; 5 pero para los primeros cristianos este acontecimiento notable no excluía las incontenibles experiencias posteriores de la presencia y poder del Espíritu. 6 Aun así, la Iglesia, en su estado actual sin vida, necesita al Espíritu Santo como nunca antes en su historia, para hacer que la predicación sea poderosa, para producir un renovado aumento de la vida espiritual en la Iglesia y la conversión de multitudes en este mundo impío.7 El avivamiento resultante será caracterizado por un profundo sentido de Dios, un verdadero quebrantamiento de corazón, una verdadera preocupación por el alma, la asistencia diligente a los medios de gracia, la súplica ferviente, la vida cristiana santificada, una fuerte seguridad y un servicio sacrificial. El pueblo del Señor debe orar fervientemente por un poderoso avivamiento del Espíritu Santo, de manera que Dios pueda sea exaltado y glorificado en la bendición de Su Iglesia y  través de ella.9
Rechazamos la idea de que el avivamiento pertenece sólo al pasado, así como nos oponemos a la idea de que es algo de lo que la Iglesia pueda prescindir, y que todo lo que se requiere para ella es que continúe a dar testimonio de la Verdad. El evangelismo y la reforma exterior, en sí mismas y por sí mismas, no son las respuestas a la terrible falta de vitalidad y vigor espiritual, y el mero activismo por parte de los cristianos no efectuará la deseada transformación de la Iglesia de Cristo. Sin embargo, también rechazamos el Movimiento Carismático, que subordina la doctrina a la experiencia, pretende revelación extra-bíblica a través de los dones milagrosos, intenta restaurar los oficios extraordinarios y temporales de los Apóstoles y los Profetas, aboga la continua necesidad de señales y prodigios, alienta una flagrante irreverencia y mundanalidad en el culto público, aprueba un estilo de vida incompatible con una vida santa y promueve su propia forma sutil de ecumenismo. Este movimiento, a nuestro juicio, ha hecho un daño incalculable a las Iglesias Evangélicas y Reformadas y, sin vacilar, lo censuramos y repudiamos.
Génesis 6:3; Éxodo 28:3; Números 11:17; 1 Samuel 16:13; Nehemías 9:20,30; Salmo 51:11,12; Isaías 63:10; Hageo 2:5 2 Jueces 3:10 ; 6:34; 11:29; 13:25; 2 Crónicas 15:1; 20:14; 24:20; Nehemías 9:30 3 Isaías 32:15; 41:18; 44:3; Joel 2:28, 29; Zacarías 12:10 Salmo 85:6 Isaías 45:8; 64:1,2; Habacuc 3:2 5 Juan 7:39; 15:26; 16:13-15, Hechos 2:1,2, 22-36 Hechos 4:31; 5:14; 11:24 7 Lucas 4:14; 24:49; Hechos 1:8; 4:31-33; 6:7; 12:24; Salmo 72:6, 7; Ezequiel 37:1-10; Romanos 8:2; Salmo 110:3; Juan 3:8; 1 Corintios 2:4; 1 Tesalonicenses 1:5-7 Esdras 1:5; Ezequiel 36:26; Habacuc 2:20; Zacarías 12:10; Hechos 2:37; 13:2,4,9; Romanos 5:5; 8:26; 14:17; Efesios 1:13 9 Salmo 85:6; Habacuc 3:2; Lucas 11:13
15. Segunda Venida de Cristo
Afirmamos la bendita esperanza del regreso de Cristo. 1 Es cierto que Él vendrá de nuevo 2 y Su venida será personal, visible, poderosa y gloriosa. 3En el tiempo señalado, Él descenderá del cielo en fuego, en las nubes y en compañía de huestes de ángeles. 4 Su aparición será con un gran clamor – para abrir las tumbas y levantar a los muertos, con voz del arcángel – para dirigir el reunión de todos los creyentes; y con trompeta de Dios – para infundir profunda reverencia mientras convoca solemnemente a los hombres a que comparezcan ante el Señor.5 Su propósito será entonces destruir el mal, vencer a sus enemigos, liberar a Su pueblo de todas las angustias, reunirlos juntamente consigo, cambiarlos y glorificarlos, premiar la fidelidad e inaugurar Su reino. 6 A la luz de este evento, es necesario que los hombres y las mujeres se aseguren de que están espiritualmente preparados7 Los creyentes, en particular, deben ser diligentes en su vida y servicio, mirando, orando y esperando la aparición de su Redentor. Su esperanza no descansa en nada en este mundo vano. Descansa por completo en la Segunda Venida del Señor Jesucristo, el único que puede llevar a todo Su pueblo amado al gozo y paz eternos. 9
Rechazamos cualquier intento de “espiritualizar” la segunda venida. Rechazamos la vana noción que sugiere que la segunda venida de Cristo tuvo lugar cuando Jerusalén fue destruida, o cuando el Espíritu Santo fue dado en Pentecostés, o cuando el Reino de Dios fue establecido por el Evangelio. Así como repudiamos enérgicamente la opinión errónea de que la venida de Cristo es algo subjetivo, realizado en la presente experiencia interior del Señor Jesucristo por los creyentes. Todas esas interpretaciones marcan un alejamiento de la clara enseñanza de la Escritura.
1 2 Tito 2:13 Mateo 16:27; Juan 14:3, Hechos 3:21, Hebreos 10:37 3 Hechos 1:11, 1 Tesalonicenses 1:10; Hebreos 9:28; 1 Juan 3:2, Apocalipsis 22:20; Mateo 24:27,30; Apocalipsis 1:7; 1 Tesalonicenses 4:16; Marcos 13:24-26; Lucas 21:27, Filipenses 3:20,21; 2 Tesalonicenses 1:7-10; Judas 14,15; Mateo 25:31, Marcos 8:38, Lucas 9:26 4 Salmo 50:3,4; 2 Tesalonicenses 1:7,8; 2 Pedro 3:10; Mateo 24:30, Hechos 1:9-11 ; 1 Tesalonicenses 4:16,17; Apocalipsis 1:7; Mateo 16:27; 25:31; Judas 14,15 1 Tesalonicenses 4:16,17Mateo 24:31; 25:14-30; Lucas 21: 28, Romanos 14:10-12, 1 Corintios 3:11-15; 15:51,52; 1 Tesalonicenses 4:14-17, 2 Tesalonicenses 2:8, 2 Timoteo 4:1Amós 4:12; Mateo 24:44; 25:1-13, Lucas 12:40 8 Marcos 13:33; Lucas 12:36; 19:13; 21:36; 1 Corintios 1:7; 2 Pedro 3:11-14, 1 Juan 2: 28; 3:3 9Salmo 16:11; 1 Timoteo 1:1, 1 Pedro 1:13; 1 Juan 3:3
16. El Estado Eterno
Afirmamos la realidad imponente de la eternidad. 1 Dios mora en la eternidad, donde hay una duración perpetuaÉl es eterno en un sentido en el que los hombres no lo son, en que Él no tuvo principio; pero Él es eterno en un sentido que los hombres sí lo son, en que Él vivirá para siempre. Creados a imagen y semejanza de Dios, los hombres viven y están destinados a la existencia sin final. Es cierto que la muerte tiene lugar, pero las almassobreviven a ese cambio y experimentan una continua existencia consciente, gozando los creyentes de las bendiciones de los cielos, y los no-creyentes, los tormentos del infierno.Está designado un tiempo, sin embargo, para la resurrección del cuerpo; y entonces, después de que las almas se vuelvan a unir a sus cuerpos, será el Gran Día del Juicio FinalDios, en la Persona de su Hijo, introducirá aquel día cuando aparezca visiblemente, en la plena posesión del divino poder, y con la revelación de de Su Majestad. Millones, entonces, serán tomados con un extremadamente grande temor, ya que el mundo creado será conmovido y el cielo y la tierra aparecerán juntamente convulsionados. 8 Convocados de todo el mundo, y de las oscuras tumbas, hombres y mujeres de todas las tierras y generaciones se reunirán ante el Gran Trono de de Dios. 9 Cada uno, como si no hubiera ningún otro, será juzgado y se enfrentará al tremendo escrutinio de este decisivo Día.10 Todas las obras, de todo tipo, serán divinamente recordadas y examinadas, y cada persona será solemnemente juzgada de acuerdo con aquellas obras. 11 La sentencia será pronunciada y los no-creyentes impenitentes –que nunca depositaron su confianza y esperanza en el único Salvador de los pecadores, cuyos nombres nunca fueron inscritos en el libro del Cordero de la vida– oirán pronunciado su horrible castigo, y su destino eterno y designado acontecerá. 12Mientras los creyentes se encontrarán finalmente, como antes, en el lugar de la gloria y dicha inefable, los incrédulos se encontrarán en el lugar de la miseria indecible y eterno tormento. 13 Es nuestra firme convicción que cada uno del pueblo creyente del Señor gozará para siempre la presencia de Dios, los santos ángeles y toda la compañía de los redimidos, mientras que cada no-creyente experimentará conscientemente, con toda la compañía de los perdidos, en ese lugar preparado para el diablo y sus ángeles, la ira y castigo sin final de Dios en fuego inextinguible. 14 A la luz de tal eternidad, debemos buscar un conocimiento personal y experimental de Dios y buscar constante gracia para servirlo fielmente durante todo el período de nuestra tierra terrenal. 15
Rechazamos como graves errores de las doctrinas de: el Aniquilacionismo o la Inmortalidad Condicional, la enseñanza de la extinción total de los malvados; del sueño del alma, o Psicopaniquia, que enseñanza un estado inconsciente entre la muerte y resurrección; el Purgatorio, que enseña un estado intermedio de castigo en el que las almas son limpiadas y purificadas; la prueba segunda, o futura, que enseñanza la oportunidad de ser salvados después de la muerte; y el universalismo, que enseña que todos los hombres finalmente serán salvos. Creemos estas doctrinas son alejamientos muy graves de la Verdad Bíblica declarada y mantenida en nuestras Confesiones históricas.
Juan 3:15,16, 2 Corintios 4:18; Tito 1:2; Hebreos 5:9; 6:2; 9:15 2 Isaías 57:15; 1 Timoteo 1:17 3 Génesis 1:1; 21:33; Deuteronomio 33:27; Job 36:26; Salmo 90:1,2; 1 Timoteo 6:13-16; Apocalipsis 1:8 4 Génesis 1:26,27; Mateo 10:28; 2 Timoteo 1:10 Génesis 35:18, 1 Reyes 17:21,22; Job 34:14; Eclesiastés 12:7; Isaías 14:9,15; 57:1,2; Ezequiel 31:16, Lucas 16:22,23; 23: 42,43; Hechos 1:25, 2 Corintios 5:6-8; Filipenses 1:21,23; Apocalipsis 14:13 6Isaías 25:8; 26:19; Daniel 12:1,2; Juan 5:28, 29; 11:24, Hechos 24:14,15; 2 Pedro 3:7; Judas 6; Apocalipsis 11:18; Salmo 50:3 Mateo 16:27; Marcos 13:26; 2 Tesalonicenses 1:7; Tito 2:13; Apocalipsis 1:7 8 Mateo 24:29-31, Marcos 13:24-27; Apocalipsis 6:12-17; Romanos 2:5,6; Judas 14,15; Apocalipsis 20:11-13 10 Hechos 17:31; Apocalipsis 20:11-12 11 Eclesiastés 12:14; Romanos 2:5,6; Apocalipsis 11:20-22; Mateo 20:12 12 Apocalipsis 20:13 13 Salmo 16:11; 23:6; 73: 24,25; Mateo 8:11,12; Juan 3:36; 2 Tesalonicenses 1:7-9; Apocalipsis 21:8 14 Salmos 23:6, Mateo 25:41,46, Marcos 9:43-48; Juan 3:36; 14:1-3; 1 Tesalonicenses 4:17; 2 Tesalonicenses 1:9; Apocalipsis 14:11; 20:10; 22:3-5 15 Génesis 5:24; Job 22:21, 1 Corintios 15:55-58; Tito 2:11-14; 2 Pedro 3:11; Apocalipsis 2:10
Soli Deo Gloria
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Traducción: Jorge Ruiz Ortiz