En el orden natural hay cosas que no se pueden llegar a mezclar de ninguna de las maneras, y hacerlo sería la mayor de las abominaciones. Por ejemplo, sería una enorme abominación intentar mezclar los genes del hombre con los de los animales. Este es el gran peligro de que los científicos experimenten con embriones humanos, con las llamadas células madre de embriones, ya que esto abre la puerta a que a escondidas se hagan también este tipo de experimentos. Hace unos cuantos años, cuando Tony Blair gobernaba en Gran Bretaña, se anunció que se iban a permitir este tipo de experimentos; desde entonces, nada más de este asunto se conoce.
Este tipo de uniones o mezclas antinaturales se producen, también, pero en el orden espiritual, cuando se mezclan cosas absolutamente contrarias. Pensemos sino en la mezcla tan habitual entre el humanismo y el cristianismo. El humanismo es la fe en el hombre, en sus capacidades, en su naturaleza buena, en que él es quien tiene que gobernar a sí mismo sin que haya nada por encima del hombre ni de su voluntad. El cristianismo es la fe en Dios, que por medio de Cristo rescata al hombre de su profunda miseria y condenación; y que el hombre en todos los órdenes se tiene que gobernar según la voluntad de Dios; y no hay nada por encima de la voluntad de Dios que nos ha dejado por escrito en su santa Palabra.
Ambas cosas, humanismo y cristianismo, son, por tanto, totalmente contrarias. Pero he aquí que se ha logrado conseguir una especie de unión o mezcla entre los dos. Se ha creado el monstruo. Los que lo han conseguido no son científicos, ni experimentadores, sino principalmente los mismos maestros cristianos que tenían que haber defendido la verdad de la Palabra de Dios. En un principio, esta mezcla se dio, lo tenemos que reconocer, en el mismo bando protestante mismo, entre los teólogos liberales durante el siglo XIX. Pero la unión se ha llevado a cabo, sobretodo, por los teólogos de la iglesia romana misma durante todo el siglo XX. De hecho, son ellos los que han acuñado la expresión de humanismo cristiano. Esta idea o concepto es lo que ha dado lugar al Concilio Vaticano II y lo que ha transformado completamente en todos los sentidos las sociedades tradicionalmente católicas-romanas, como la nuestra en España.
Y para mostrar que no se puede hacer esta mezcla entre humanismo y cristianismo, y que no hay tal cosa del humanismo cristiano, seguramente no hay pasaje más apropiado que este Salmo de David que hemos leído. A más de uno le podrá a primera vista sorprender. Porque en pocos lugares  la Palabra de Dios exalta más alto al hombre ni habla de él en términos más excelentes. Sin embargo, aun así vemos que ella no presenta al hombre nunca independiente de Dios o como un fin en sí mismo; en definitiva, nunca presenta al hombre de una manera humanista.
Dios, glorioso en la tierra así como en el cielo
En efecto, vemos aquí que el lugar de la Escritura que más glorifica al hombre, sirve para glorificar todavía más a Dios. Dice David: “¡Cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos”. Más literalmente podríamos decir “Cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra  que has puesto tu gloria sobre los cielos”. En ambas frases, David habla de la gloria de Dios. Pero sobretodo es la gloria de Dios en la tierra lo que lleva a David a la admiración: “¡Cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!”. Esta expresión es muy parecida a la que los serafines dijeron en la visión de Isaías en el Templo: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”(Is. 6:3). En definitiva, lo que David nos viene a decir en el inicio de este Salmo es que Dios es glorioso en la tierra así como él lo es en los cielos.
Ciertamente, aquí vemos la verdadera enseñanza de la Palabra de Dios frente a los errores que han ido imperando en los últimos siglos en las mentalidades de la gente. Hablábamos al inicio del humanismo. Este humanismo en el que vivimos hoy no es más que el descendiente lejano o fruto de una visión del mundo en el que no se ve la gloria de Dios en el mundo. Literalmente, ella ha expulsado a Dios de la tierra, del mundo, de la vida. No se ha querido reconocer, primero, que Él es el Dios de la Providencia, para después no reconocer que Él es el Dios de la Creación. Los filósofos, los intelectuales del mundo, decían que esto era una creencia de niños. Y los teólogos, los maestros cristianos que tenían que haber defendido la Palabra de Dios, han ido repitiendo todo lo que ellos decían, como lo hacen los pájaros a los que se les enseña a hablar.
De esta manera, estos han hablado del Dios relojero. Es cierto que en principio la imagen del relojero servía para intentar probar la existencia de Dios: la naturaleza es tan compleja que es como un reloj, y a nadie se le ocurre pensar que un reloj, con toda su complejidad, se ha hecho a sí mismo al azar. Pero detrás de esta imagen se encuentra la visión de que Dios, por así decirlo, “ha dado cuerda al mundo” al crearlo, y que desde entonces no interviene para nada en él.
O también del Dios arquitecto. Es cierto también que buenos maestros cristianos, como Tomás de Aquino, o incluso Calvino, hablaban a veces de Dios como “el Arquitecto del Universo”, en el sentido de que es Él quien lo ha diseñado y creado. Pero, una vez más, el problema de esto es que lleva a pensar a que una vez ha diseñado el Universo, Dios ya no interviene más en él y que el Universo se mantiene por sí mismo. Sin embargo, la enseñanza de la Biblia es que Dios mantiene siempre el Universo que Él creó. Como dice el Salmo 104: si Él esconde su rostro y les quita el espíritu, las criaturas dejan de ser (vs. 29). O como dice el apóstol Pablo en Hechos 17: “en él vivimos, nos movemos y somos” (vs. 28).
La enseñanza de la Biblia es que Dios cuida y mantiene el Universo que Él ha creado, y que en esto se manifiesta su gloria. Es necesario pensar así de Dios, porque si no se deshonra a Dios. ¿Qué se pensaría de un rey que tiene un palacio glorioso y lleno de esplendor, pero tiene a todo su reino abandonado y hecho una ruina? No es esta la enseñanza de la Biblia, sino la de un rey que es glorioso en su palacio (el cielo), pero que también manifiesta su gloria en su reino (el mundo).
Pero la gloria que este Salmo presenta es una gloria muy especial. El versículo siguiente habla de ella siguiente, cuando dice: “De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo”. Literalmente, más bien “hacer cesar al enemigo y vengativo”. Aquí David no sólo está diciendo que él tiene enemigos, sino que principalmente está hablando de los enemigos de Dios. El mundo, en general, es enemigo de Dios. Por ello, los que gobiernan este mundo, los que son en ellos los líderes, los grandes, los respetados, los poderosos, son los principales enemigos de Dios. Es de ellos de los que habla David.
La lección, por tanto, que él dice aquí es que “funda la fortaleza”, es decir, muestra su poder a los pequeños (simbolizados aquí pro los niños y los que maman) para que los poderosos en este mundo sean confundidos. Es lo mismo que el apóstol Pablo enseñó en 1 Cor. 1: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (vs. 26-29). Es también lo que nuestro Señor Jesucristo dijo en Mateo 11: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó” (vs. 25-27).
Aquí, por tanto, está hablando que Dios manifiesta Su gloria en el mundo por medio de la elección. Sí, la elección de algunos para que lo conozcan y tengan la vida eterna; mientras que los fuertes, los sabios, los poderosos, los arrogantes y soberbios según este mundo son pasados por alto. El mundo, sin duda, aborrece esta doctrina de la elección. Y no sólo ellos, sino que incluso muchos de los que se confiesan cristianos la rechazan como algo injusto por Dios. Ellos no se dan cuenta de que, según la Escritura, Dios tiene este derecho, como Dios, a elegir a quien le place; y no sólo esto, sino que esta elección manifiesta Su gloria.
Y tal vez alguien me pregunto: “Si eso es así, ¿qué puedo hacer yo para ser elegido”. A esto tenemos que responder que, hablando propiamente, no podemos hacer nada para que Dios nos elija, porque Dios no elije a los hombres por sus obras o méritos, sino por Su gracia. Pero la Escritura, para ayudarnos en nuestra debilidad, para que nosotros podamos decir algo al respecto de la elección, para que sepamos a qué atenernos, nos ayuda en nuestra debilidad. Y así, Jesús nos dice: “De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mar 10:15); y Pablo también dice: “si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio” (1 Cor. 3:18). ¿Quieres ser salvo, quieres ser de los elegidos? Hazte ignorante, hazte débil, hazte un niño; porque mientras estés a tus anchas en este mundo, mientras andes según la corriente de este mundo, mientras seas un grande de este mundo, no tienes parte ni herencia en el Reino de Dios. Debes recibirlo como un niño, como un pobre, como un indefenso, como un ignorante.

La gloria de Dios por medio de las cosas visibles
Bien, pero hemos de continuar con lo que nos dice David en este Salmo. Después de mostrar que Dios es glorioso en la tierra como en el cielo, y que ello se muestra primeramente por la obra de la elección, pasa a continuación, en el versículo 3, a decirnos que esta gloria se manifiesta también a través de las obras de la Creación: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste…”
Nos podemos imaginar la escena: David acaba de cenar y no tiene sueño, así que, como hace todavía calor, sale a dar un paseo por la noche. La ciudad duerme, no hay ninguna luz en las casas y en las calles; sin embargo, se ve perfectamente a causa de la luz de la luna llena; el cielo, además, está completamente iluminado por miles y miles de estrellas… ¡Qué visión!, ¿verdad? ¿A quién no le gustaría poder verlo? Los que vivimos en la ciudad lo tenemos difícil, porque si salimos a la calle no vamos a ver más que una o dos estrellas, con suerte, a causa de la enorme contaminación de luz que sufrimos hoy en día. Esta es una de las razones por las que me gustaría poder vivir en el campo, allí donde por las noches no haya más que la luz de la luna y las estrellas.
Pero lo importante de esta escena es ver la reacción de David: él se conmueve por tanta belleza, sí, pero no sólo por esto, sino que se da cuenta de la inmensidad de lo que está viendo, de las estrellas, del universo. Y eso le hace sentirse muy, muy pequeño, ante ese espectáculo. Pero no sólo ante el espectáculo del Universo: le hace sentir pequeño ante Dios, porque David piensa “Dios ha creado toda esta maravilla, Dios ha creado toda esta grandeza”. Y de esta manera, David pasa de maravillarse por lo que está viendo, a maravillarse de que Dios es este ser tan inmensamente grande que hizo el Universo, y que, a pesar de ser tan inmensamente grande, se relaciona con alguien tan pequeño como el hombre, piensa en él, lo atiende, lo visita:. Y así, dice: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites?” (vs. 4).
¡Qué testimonio más tremendo el de la Palabra de Dios aquí! ¿Dónde están los que dicen que el hombre es el centro del Universo, los que dicen que el hombre es la medida de todas las cosas? ¿Dónde están los humanistas? ¿Dónde están los que dicen: “Si Dios existe o no, no lo sé; una cosa sólo sé, y es que el hombre es grande”?
Lo que nos está diciendo la Palabra de Dios aquí es que realmente existe una cosa llamada revelación natural de Dios. Es decir, lo que el apóstol Pablo dice en Romanos 1: “las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (vs. 20). No tienen excusa, pues,  los que no creen en Dios, porque cada día están viendo la obra de Sus manos. No tienen excusa los que piensan que el hombre es grande, porque cada día ven que Dios es mucho más grande, infinitamente más grande que ellos; y, sin embargo, no lo glorifican como a Dios, ni le dan las gracias.
Pero esta actitud del hombre con Dios es algo completamente antinatural. ¿Qué pensaríamos si un mendigo va a un rey y le dice: “yo soy tan rico como tú”?, ¿o un niño a un anciano: “yo sé más de la vida que tú”?, ¿o alguien que no sabe ni leer ni escribir le dice a un Catedrático en Derecho: “yo sé mucho mejor las leyes que tú”? Ningún hombre lo hace, ¿verdad que no? Pues mucho peor es lo que todos los hombres infectados por el virus del humanismo dicen a Dios: “yo soy mucho más importante que tú; yo soy el centro del universo”. Como decíamos al principio: esto es algo verdaderamente monstruoso. Y ahí vemos hasta dónde puede llegar el pecado: a que no sólo la gente cometa este pecado tan terrible, sino que después lo vea como lo más normal del mundo, y que se complazca con aquellos que lo cometen.

La gloria de Dios en el hombre
Pero alguien podrá decir: “¿Y qué pasa? El hombre,  ¿no tiene ninguna importancia?, ¿es semejante a las bestias del campo?, ¿es como los seres inanimados, como un árbol o una piedra?” No, la Biblia nunca dice esto. Curiosamente, quienes dicen esto son los humanistas, aquellos que dicen que Dios en el principio no creó al hombre a su imagen y semejanza, sino que el hombre desciende de los animales por la evolución. De esta manera, el hombre no es más que un animal. En el fondo, es como si fuera un árbol o una piedra que por el camino ha adquirido conciencia.
Pero la Biblia no enseña esto. La Biblia enseña el valor justo del hombre, como criatura de Dios a su imagen y semejanza. Es lo que David dice a continuación:“Le has hecho poco menor que los ángeles” (vs. 5). Literalmente, dice “menor que Elohim, Dios”. Pero esta traducción como “ángeles” es correcta, puesto que a los ángeles a veces se les llama dioses (1 Sam. 28:13: “Y la mujer respondió a Saúl: He visto dioses que suben de la tierra”), de la misma manera que a veces, a los gobernantes poderosos, también se llama dioses, Sal. 82:1:“Dios está en la reunión de los dioses; en medio de los dioses juzga”; pero sobretodo tenemos la cita a este Salmo 8 que hace Hebreos en 2:6 y 7: “¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, O el hijo del hombre, para que le visites? Lo hiciste un poco menor que los ángeles, lo coronaste de gloria y de honra”, y también en el versículo 9: “Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús”.
Así que el hombre ha sido hecho menor que los ángeles. De ellos el Salmo 103:20 dice: “Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza”; mientras que el apóstol Pedro, en un segunda epístola 2:11, afirma que “los ángeles, que son mayores en fuerza y en potencia” que los hombres”.
Así que los hombres son menores en poder y fuerza que los ángeles. Pero los hombres, en comparación del resto de las criaturas, son casi como dioses. Sigue diciendo el Salmo 8“Y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar; Todo cuanto pasa por los senderos del mar” (vers. 5-8).
Aquí está refiriéndose David al capítulo primero del Génesis, donde dice que Dios creo al hombre “a su imagen y semejanza”. La imagen de Dios consistía en que el hombre iba a poseer una inteligencia superior, como Dios también es sabio y conoce todas las cosas; también con una voluntad libre, para poder obedecer a Dios, con la ley de Dios grabada en su corazón, por lo tanto, hecho inocente, justo y santo. Pero la imagen de Dios en el hombre también incluía su dominio sobre el resto de las criaturas“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gen 1:27-28).
Esto lo puedo ver yo casi todos los días con mi perrillo. Bueno, también hay que decir que él gruñe a los demás niños y que a veces parece que querría morderles, sobretodo si está comiendo algún hueso y ellos se acercan. Pero yo soy su amo y conmigo es diferente. Cuando yo estoy en el comedor leyendo y él se acerca, lo hace con la cabeza agachada, casi arrastrándose, porque sabe que no lo he llamado, que estoy ocupado y me viene a molestar. Cuando llega, se pone panza arriba en señal de total sumisión. Cuando hace esto yo me digo: “mira, parece como si yo fuera un dios para él”. Si tenéis perros tal vez habéis tenido también esta misma experiencia.
Pero no sólo se ve la supremacía del hombre en el Universo por su dominio sobre los animales. Este es sólo una parte de tener la imagen de Dios en él. También por su inteligencia él ha desarrollado todos los avances de la civilización y no estamos viviendo como bestias por el campo. Ya en la Antigüedad sin apenas desarrollo técnico el hombre fue capaz de construir las pirámides, o cruzar los mares en pequeños barcos. Hoy día tenemos los avances en todos los sentidos. Tenemos estos avances asombrosos de la medicina que hace que nuestra vida se alargue cada vez más. Es increíble el desarrollo de las comunicaciones, por las cuales atraviesa el océano en unas pocas horas, o puede dar la vuelta al mundo en avión en un día. Por no hablar de internet, en la que no sólo tenemos acceso a gran parte de la información y de los conocimientos del hombre hasta el día de hoy, sino que también hace que podamos hablar y vernos en videoconferencia con personas que están a la otra parte del mundo. El hombre ha podido pisar la Luna, enviar ingenios a Marte, obtener fotografías e imágenes de galaxias y estrellas que se encuentran a millones de años luz.
El hombre es una criatura maravillosa. Esto lo reconocemos, no nos duele decirlo, todo lo contrario. Pero todas estas maravillas del hombre se deben, una vez más, a que fue creado a imagen y semejanza de Dios. En el fondo, nos hablan de lo maravilloso que es Dios, quien quiso crearnos con tanto potencial en esta vida.
Con todo y con eso, a pesar de todo lo que el hombre ha hecho, hay muchas cosas que el hombre no podrá hacer jamás. El hombre ha hecho enormes avances en medicinas, pero no puede detener la muerte cuando al final llega, porque la sentencia de Dios por el pecado del hombre es que “la paga del pecado es la muerte”(Rom. 6:23), y que “el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte” (Rom 5:12).
El hombre puede enviar sus cohetes a la Luna o a Marte, pero aquí en la Tierra él no puede parar el terremoto, ni enviar la lluvia en tiempo de sequía, para librarse de los juicios que Dios envía al mundo. Ni siquiera, sin armas, puede el hombre dominar a todos los animales, y se halla totalmente indefenso ante el león o el tigre; de hecho, ante la mayoría de los animales, e incluso ante el perro a veces su vida corre peligro. Por ello, Heb. 2:8, tras citar estos versículos del Salmo 8, dice “todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas”.
Hay muchas más cosas que el hombre, tras la Caída del pecado de Adán, definitivamente no puede hacer. Nos dice la Biblia, en Sant. 3:7-8, que “toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal”. Nos dice también que de la misma manera que el etíope no puede cambiar su color de piel, ni el leopardo sus manchas, el hombre no puede hacer el bien, estando habituado a hacer el mal (Jer. 13:23). El Salmo 49: 7-8, nos dice que ningún hombre “podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate (porque la redención de su vida es de gran precio, y no se logrará jamás)”. El Señor Jesús mismo dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo trajere” (Jn. 6:44).
El hombre fue creado a imagen y semejanza. Todavía tiene muchas cosas admirables, por ser creado a imagen y semejanza de Dios. Pero el hombre es un ser caído, profundamente caído en pecado. Todos los humanistas pasan por alto este hecho. No sólo los humanistas, sino todos los hombres sin más. Así que, más que mirar al hombre, con sus maravillas y glorias por el hecho de ser creado a imagen de Dios, es mirar a Cristo. Así dice Hebreos 2: “todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas.
Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos” (vs. 8-9).
¿Quieres ver a un verdadero hombre? Mira a Jesucristo. ¿Quieres ver una humanidad perfecta, sin mancha y sin pecado? La de Jesucristo solamente. ¿Quieres ver un dominio sobre todo el Universo? Es el que tiene Jesucristo, el Rey de los reyes, y el Señor de los señores.
Así que, si no tienes a Jesucristo por la fe como a tu Mediador con Dios, ya puedes tener riquezas, ya puedes tener gloria, ya puedes tener fama, ya puedes vivir una vida regalada, ya puedes ser el hombre más poderoso del mundo, con mayor autoridad y dominio; si no tienes a Jesucristo por la fe no eres más que “desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apoc. 3:17). Estás viviendo una ficción de gloria, que se desvanecerá por completo cuando el Rey Jesucristo venga y sea manifestado con toda su Gloria. Tira tu corona a los pies de Cristo, para ser hallado en Él en aquel día.
Así que no seas humanista, sino simplemente hombre. Más aún, hombre rescatado por Cristo. Sé cristiano. Pon a Dios por encima de todas las cosas, y descubrirás tu verdadera medida. Y pon todos los dones que has recibido de Dios en esta vida para Su servicio, viviendo por el Espíritu Santo vidas de santidad y justica, conforme a Jesucristo, quien es la verdadera imagen de Dios. A Él sea la gloria para siempre, junto con el Padre y el Espíritu Santo. Amén.