La publicación de los Sermones en Efesios por Editorial Peregrino marca un hito histórico para el protestantismo de habla hispana. Pueden adquirir este libro en la página web de Editorial Peregrino pulsando aquí o haciendo clic en la imagen superior.
A continuación, presentamos el Prefacio del mismo.
PREFACIO
El año del Jubileo de Juan Calvino (2009) ha pasado dejando tras sí una impresionante producción de artículos y conferencias en distintos idiomas acerca de la vida y obra del Reformador de Ginebra. Los aspectos más importantes de su enseñanza han sido de nuevo puestos de relieve, de manera que hoy no puede parecer posible a nadie, con un mínimo conocimiento de causa, pretender comprender la Reforma y su mensaje haciendo caso omiso de la figura de Calvino.
Si entramos a hacer una valoración sencilla de esta reevaluación de la que hemos sido testigos, será sin duda fácil afirmar que en ella ha predominado la dimensión de Calvino como maestro y teólogo. En cierto sentido, ello es comprensible, dada la importancia de su colosal y decisiva producción teológica. De todos modos, conviene no olvidar que ésta en ningún momento fue concebida aparte de su ministerio pastoral. Más bien, se puede decir que fue este último el que comprendió y dio forma a su obra como teólogo. En este sentido, hay que señalar que fue la predicación en la iglesia la verdadera alma del ministerio pastoral de Calvino.
Todo esto se percibe de manera evidente al considerar su biografía. El joven intelectual que era Calvino, tras haber huido la persecución de 1535 en Francia y haberse refugiado en la ciudad de Basilea, publicaba su primera edición de laInstitución a principios de 1536. Esta obra era básicamente una apología de la fe protestante y constaba con sólo seis capítulos, además de una carta dirigida al mismísimo rey de Francia. Sin embargo, tras un breve paso por Italia y de camino hacia Estrasburgo, Calvino se vio obligado a hacer escala en Ginebra, donde encontró al impetuoso predicador de la Reforma Guillermo Farel. Dos meses antes, Ginebra había adoptado oficialmente la Reforma y en ese momento se hallaba con una falta acuciante de pastores con buena formación. Farel pensó inmediatamente en Calvino para la consolidación de la Reforma en Ginebra, pero el joven intelectual quería más bien seguir con su vida de retiro para poderse dedicar plenamente a sus estudios teológicos. Fue entonces cuando ocurre el bien conocido incidente en el que Farel conmina a Calvino, bajo imprecación, para que dejara su retiro y sirviera a Dios en el ministerio en Su Iglesia. Impresionado, Calvino asiente de inmediato. Tras ello, el joven recibiría el encargo de las autoridades de Ginebra para ser “lector” (es decir, intérprete de las Sagradas Escrituras) así como predicador y pastor en la iglesia.
Durante las próximas tres décadas de su vida y hasta su muerte –exceptuando el periodo de su expulsión de Ginebra, entre 1538 y 1541– Calvino iba a cumplir con este doble encargo de una manera verdaderamente ejemplar. Ciertamente, en un principio tendría que dejar algo de lado su vocación como teólogo, pero ella sería poco a poco llevada a cabo a medida que se desarrollaba su ministerio pastoral. Así, la pequeña Institución inicial iría creciendo en diversas reediciones posteriores (en 1539, 1543, 1550 y 1559), hasta convertirse en la monumental obra de doctrinas cristianas que conocemos hoy. Asimismo, Calvino pudo escribir una cantidad ingente de libros y tratados teológicos, pero siempre en función de las necesidades y vicisitudes de la Reforma (es decir, de la Iglesia) sobretodo en Ginebra. Con sus conferencias dadas entre semana en latín, en calidad de “lector”, Calvino completaría además los comentarios exegéticos de prácticamente todos los libres de la Biblia. Pero, una vez más, todo ello sin descuidar en modo alguno el ministerio de la predicación, al cual Calvino se entregó por completo: lo desempeñaba a diario, en semanas alternas, y dos veces los domingos. Fue de esta manera cómo llegó a predicar en Ginebra varios miles de sermones, de los cuales sólo nos han perdurado los de la segunda mitad de su ministerio, ya que sólo sería a partir de 1549 cuando comenzaron a ser puestos por escritos por copistas. Por tanto, en nuestra opinión, Calvino es, sobretodo y fundamentalmente, un predicador, y creemos que incluso no contempló de otra manera su producción como teólogo. De hecho, en su lecho de muerte, Calvino expresó que eran precisamente sus sermones la parte de su obra de la que se sentía más satisfecho.
Sin embargo, no fue su obra teológica lo único que sería determinado por su ministerio pastoral, su intenso ritmo y su sentido fundamental como exposición de la Palabra de Dios: inevitablemente, todo ello tenía que afectar hasta el estilo mismo de su predicación. Como es sabido, Calvino continúa la práctica de los Padres de la Iglesia de predicar en los libros de la Biblia consecutivamente, versículo tras versículo, desde el principio hasta el fin, práctica conocida comoLectio Continua. Sinceramente, creemos que muy difícilmente Calvino pudiera haber hecho de otra manera cuando tuvo que predicar prácticamente a diario durante casi treinta años. ¿Cómo improvisar un texto o un tema distinto cada día para alimentar debidamente a una congregación de varios centenares de almas? Calvino predica, pues, versículo tras versículo. Por lo tanto, renuncia totalmente a la predicación de reputación intelectual, la predicación escolástica, erudita, sofisticada retóricamente en la forma, pero invariablemente tendente a la alegoría. En vez de ello, Calvino presenta el sentido literal del texto, para a partir de él poner de relieve su significación doctrinal o su aplicación para la vida de creyentes e iglesia. De esta manera, tiene que prescindir de todo lo superfluo, para concentrarse en lo verdaderamente esencial. Por supuesto, las limitaciones de tiempo hicieron que Calvino tuviera que prescindir de poner por escrito sus sermones y así, una vez en el púlpito, la entrega del mensaje era de manera ex tempore, con lo que todo el tiempo disponible era empleado para estudiar debidamente el pasaje y meditar en él con vistas principalmente a la edificación de los creyentes. Hay que decir también que Calvino también estaba alerta ante el gran peligro de la predicación ex tempore, es decir, el de alargarse excesivamente en el tiempo, e intentaba controlarlo con la ayuda de un reloj de arena, por lo cual todos sus sermones acababan durando alrededor de una hora.
El mensaje dado en el púlpito estaba dominado tanto por la reverencia a la Sagrada Escritura como por el sentimiento de la dignidad y responsabilidad de la misión de predicar, por el hecho de ser mensajero de la Palabra de Dios al pueblo. Nunca se verá en Calvino artificio retórico superfluo, pero tampoco caerá en vulgaridad o populismo barato. Es cierto que a veces sale a relucir en él un lenguaje familiar y popular, con expresiones que oídas hoy, por lo distantes que nos resultan, nos pueden hacer sonreír, o incluso chocar, como cuando compara a los hombres con animales –lo cual, en su época, no significaba que se hiciera con intención de insultar–. Estas expresiones coloquiales aparecen de manera natural por el simple hecho de estar predicando al pueblo, como resultado de un intercambio comunicativo con el auditorio. Pero creemos que, con todo, estas expresiones son pocas y tienden a ser recurrentes. En definitiva, el estilo de Calvino fue una feliz amalgama de simplicidad y dignidad comunicativas, puestas al servicio de la transmisión de la Palabra de Dios.
La acumulación de todos estos factores, en el ministerio de predicación de Calvino, no pudo tener otro resultado que el que la Iglesia reciba de nuevo la totalidad del consejo de la Palabra de Dios, entienda su significado y viva a la luz de ello. Lo que la Reforma de la Iglesia y la autoridad soberana de las Escrituras significan (ambos conceptos están íntimamente ligados) se entiende perfectamente a través del ministerio de Calvino.
En cuanto al presente volumen de sermones en Efesios, hay que tener en cuenta que ellos fueron predicados los domingos por la mañana. El primer sermón se dio el 1 de mayo de 1558 y la serie finalizaría el mes de marzo del año siguiente. Este periodo puede ser visto como la culminación de todos los esfuerzos y conflictos mantenidos por Calvino en Ginebra, que culminaron con la resolución del affaire Servet (1553) y la posterior derrota del bando libertino. Por ello, sus directrices como pastor habían podido ser implantadas en la iglesia, pero no sólo esto, sino también orientar la marcha de los asuntos generales de la ciudad que unos veinte años antes había abrazado la Reforma. Precisamente en este tiempo (1556-1559) fue cuando estaba refugiado en la ciudad un joven escocés, John Knox, quien diría de aquella Ginebra: “Aquí está la escuela de Cristo más perfecta que ha habido sobre la tierra desde los tiempos de los apóstoles”, y que regresaría a Escocia con la intención de poner en práctica lo que allí vio.
Bien significativamente, Calvino escogió para este tiempo predicar consecutivamente en Efesios, a la que no es raro hoy día que se la llame como la epístola de “la gloria de la Iglesia”. Dejamos hablar a Thea B. Van Halsema acerca de lo que este periodo significó en la vida y ministerio de Calvino:
“El año 1559 fue un año glorioso. En mayo la iglesia clandestina reformada de Francia pudo celebrar su primer sínodo nacional en París. Mientras sus miembros sufrían torturas y muerte por causa de su fe, la iglesia se organizaba y adoptaba el sistema eclesiástico de gobierno que Calvino había trazado (…)
En el mes de junio, la academia de Ginebra se inauguró oficialmente, y llegó a ser un modelo para muchas otras universidades protestantes en los años próximos.
En julio, Calvino celebró su cumpleaños número cincuenta. A pesar de su enfermedad podía mirar a su alrededor y dar gracias a Dios por lo que se había logrado en Ginebra. Estaba agradecido también por haberse salvado de la muerte por la fiebre malaria sufrida el año anterior. Durante esos meses de grave enfermedad se había esforzado para terminar una última edición de la Institución. Era una edición mucho más extensa que las anteriores. Pero había días en que dudaba llegar a vivir lo suficiente como para ver su obra finalizada.
El Señor lo había guardado. En agosto de 1559, salió a la luz la edición final. Eran ochenta capítulos en cuatro gruesos volúmenes.”[1]
Fueron días, por tanto, en los que, en la debilidad, Calvino comenzaba a probar también la gloria. Sin embargo, el mensaje de Calvino a partir de Efesios está bien lejos de caer en triunfalismos anticipados, que se sitúan en este tiempo fuera de la cruz de Cristo. La voz del predicador siempre llama a una conversión al Evangelio y a una continua Reforma de vidas de creyentes e Iglesia.
Las repercusiones de estos sermones sólo Dios las tiene ante Sus ojos y algún día nos será dado contemplarlas en su plenitud. No obstante, podemos señalar que la lectura de volumen de predicaciones sobre Efesios en francés –las mismas predicaciones que escuchara en vivo durante su juventud– asistiría a John Knox en su lecho de muerte. La traducción al inglés de este volumen, juntamente con otros libros de sus sermones, contribuiría poderosamente, asimismo, a la influencia de Calvino en Gran Bretaña, configurando lo que hoy conocemos como movimiento puritano y la extensión del mismo en el mundo anglosajón.
Ahora, por primera vez en la Historia, los sermones de Calvino en Efesios están disponibles en español. Quiera el Señor que su lectura contribuya, aun en nuestros días, a que la Iglesia de Cristo sea reformada según Su voluntad, a la espera del día en el que será presentada como “una iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante” a Aquel que la “amó y se entregó por ella para santificarla habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:25-27).
Jorge Ruiz Ortiz
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