¿Qué valor se ha de dar a los documentos confesionales de la Iglesia, tales como la Confesión de fe de Westminster?
Personalmente, hago mías estas palabras de A.A. Hodge, por las que expresaba su convicción de que la Confesión y los Catecismos de la Asamblea de Westminster “contienen el sistema enseñado en las Sagradas Escrituras” así como son “la más completa y adecuada presentación alcanzada por la Iglesia de la verdad revelada en las Sagradas Escrituras”.
No obstante, para que toda nuestra discusión no gire exclusivamente en torno a las convicciones subjetivas de cada uno, encuentro muy útil que nos centremos en esta definición dada por Louis Berkhof acerca del dogma:
“Un dogma podría definirse como una doctrina derivada de la Escritura, oficialmente definida por la Iglesia, y declarada que está fundamentada en la autoridad divina. Esta definición, en parte nombra y en parte sugiere sus características. Su contenido es derivado de la Palabra de Dios y es, por lo tanto, autoritativo. No es una mera repetición de lo que se encuentra en la Escritura, sino que es el fruto de una reflexión dogmática. Y es oficialmente definido por un cuerpo eclesiástico competente y declarado que se fundamenta en la autoridad divina. El dogma tiene significación social, porque es la expresión, no de un solo individuo, sino de una comunidad. Y tiene valor tradicional, puesto que transmite a las futuras generaciones las preciosas posesiones de la Iglesia” [Historia de las doctrinas cristianas, (Edinburgh : El Estandarte de la Verdad, 1995), p. 24s]
La Confesión no sería un dogma como tal, puesto que éste se refiere más bien a una “doctrina” en particular (como la Trinidad o el Pacto). Sin embargo, resulta muy apropiado contemplarla desde la perspectiva del dogma, por cuanto es una declaración oficial, que confiesa y transmite la fe de la Iglesia.
En este sentido, conviene tener en cuenta que la Confesión no es algo que nació de repente en el momento en el que fue escrita, sino que ella es el fruto de una impresionante reflexión teológica y espiritual, que se fue acumulando y transmitiendo durante muchos siglos antes de la Reforma.
Pero, sin duda, el elemento más conflictivo de la definición de Berkhof para nosotros, evangélicos, es cuando dice que su contenido es “autoritativo”. ¿No sería esto confundir la autoridad de los hombres con la de Dios?
Para una correcta comprensión, hemos de tener en cuenta las siguientes consideraciones:
1) Esta afirmación debe entenderse en el marco del principio fundamental de la Reforma, de la Sola Scriptura: si los dogmas y las Confesiones tienen autoridad para la Iglesia, ésta sólo es derivada de la autoridad de las Sagradas Escrituras, es decir, sólo en la medida que está presentando de manera verdadera su enseñanza.
2) De esta consideración se deriva como obligación que los creyentes y la Iglesia han de probar, examinar, estas afirmaciones antes de recibirlas como enseñanza de la Palabra de Dios. Si esto fue lo que se hizo en Berea con la enseñanza apostólica (Hechos 17:11) con mayor motivo ahora con la enseñanza de los pastores.
Por ello, personalmente me agrada la idea de que los dogmas, declaraciones y confesiones de la Iglesia son a su vez “recibidas” por la Iglesia, tras un proceso de reflexión madura para nosotros. De esta manera, documentos que nos pueden resultar lejanos en el tiempo y espacio, pueden llegar a ser nuestros por haberlos nosotros recibidos como la verdad de la Palabra de Dios.
3) ¿Significa esto último, entonces, que estos dogmas y confesiones sólo tienen autoridad en la medida y después de que lo haya recibido la Iglesia? Si así fuera, entonces la Iglesia sería el juez final en lo concerniente a la Palabra de Dios. La autoridad del dogma y de la confesión estaría basada, así, en la autoridad de la Iglesia. Lo cual tampoco es el Sola Scriptura, precisamente. Ésta es la concepción propia del catolicismo-romano, pero a ella nosotros, evangélicos, también podemos llegar, aunque sea por otro camino.
4) ¿Qué, pues, hay que decir? Lo podemos ver de este modo: ante una declaración de la Iglesia, la Confesión en este caso, hemos de proceder a examinarlo, cierto, pero con una actitud previa de respeto. Porque si su enseñanza es la Palabra de Dios, significa que tiene, de manera inherente, una autoridad espiritual. Si su enseñanza es algo que nosotros, de manera consciente y decidida, no seguimos, entonces hay algo importante que nos estamos perdiendo. Se puede decir que nos falta algo. Así que hay bendición en recibirlo.
Pastor Jorge Ruiz Ortiz
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